Película Confesiones de una compradora compulsiva

En esta nueva y pastelosa entrega de P. J. Hogan, responsable de una saga de trabajos que giran en torno a los desgastados eventos matrimoniales (La boda de MurielLa boda de mi mejor amigo), el encasillado director se atreve con una nueva comedia romántica para llenarnos la cabeza de pájaros, bolsos de Gucci y jerseys de Prada.

Qué mejor que echar mano de un neologismo molón para incluirlo en el título, me refiero al término “shopaholic”. El problema surge cuando ha de traducirse, ya que en castellano el equivalente más cercano corresponde a “compradora compulsiva”. En consecuencia, la adaptación desemboca en un interminable, cacofónico e inexacto mensaje, quedando muy conjuntado con el todo que supone esta cinta.

Isla Fisher es la encargada de dar vida con cierta solvencia a Rebecca, una joven adicta a los trapitos de marca que sueña con trabajar para una prestigiosa revista de moda. Mientras sus tarjetas de crédito echan humo y un cobrador de morosos con pinta de friki la persigue sin cesar, casualmente dará con la oportunidad de su vida: un puesto de trabajo en una revista de economía que utilizará como trampolín para conseguir su preciada meta: escribir artículos sobre moda. Sin tener ni la más remota idea de finanzas, el azar querrá que, utilizando como metáfora el mundillo fashion, Rebecca pase de ser una anónima e insustancial ciudadana de Manhattan a toda una reputada articulista económica que se esconderá bajo el pseudónimo de «La chica del pañuelo verde». Un completo despropósito envuelto en modelitos horteras, secundarios de peso como Joan Cusack o John Goodman y mucha, pero que mucha dosis de frivolidad.

Una amiga rara que prepara su boda, un jefe atractivo y algunas escenas surrealistas en las que los maniquíes cobran vida, son los ingredientes que completan este cóctel que, mezclado y agitado hasta la saciedad, despertará los más recónditos sentimientos de aburrimiento en el espectador. Mal hilado, carente de interés y superficial, este nuevo atraco al vilipendiado género rosa-chicle, no hará más que desbaratar aún más las manipulables e insensatas mentes del público adolescente y púber en fase pre-pavo. Así, asentado el origen de la compulsión de la protagonista en un trauma infantil, ahora, toda niña, en unos cuantos años, tendrá la coartada perfecta para encubrir sus caprichitos estilísticos: «mi mamá me obligaba a ponerme ese horrible vestido». Madres del mundo, temblad. Alejad a vuestras hijas de las salas si no queréis ser víctimas colaterales del reblandecimiento mental que esta película conlleva como efecto secundario.