Película La Última Casa a la Izquierda (1972)

La primera consideración a realizar ante La Última Casa a la Izquierda es que sean cuidadosos ante la copia que eligen. La película ha sido censurada múltiples veces por su problemático contenido y se pueden encontrar desde una versión bastante remilgada para casi toda la familia, hasta el festival de violencia extrema sin corte alguno contenido en el montaje del director. No ver esta última versión completa de la cinta les ahorrará incómodas escenas, pero también mutilará en buena parte su principal mensaje. Sea por la razón que sea, ténganlo en cuenta a la hora de revisar el primer trabajo de uno de los iconos del cine de terror americano: Wes Craven.

Nos encontramos en 1972. Corren tiempos de plena libertad creativa en los que desde Hollywood se exploran los límites de lo cinematográfico. Europa ha ejercido una influencia enorme en ello. Como comentó error humano en su crítica de Miedo y Asco en las Vegas (Terry Gillian, 1998), la utopía hippie, ese sueño de fraternidad global mal canalizado, ya ha tornado en pesadilla Nixoniana y el apogeo de Vietnam termina por marchitar cualquier pequeño foco del «flower-power». La cultura, por supuesto, no es ajena a la vida sociopolítica y en apenas un par de años Easy Rider (Dennis Hopper, 1969) pierde su vigencia para una nueva generación de directores americanos al tiempo que Grupo Salvaje (Sam Pekinpah, 1969) o Perros de Paja (Sam Peckinpah, 1971) se convierten en bandera de la misma. El colgante con el símbolo de la paz, icono «hippie» por excelencia, que Mari (Sandra Cassel), la hija del matrimonio Collingwood, recibe como regalo de cumpleaños en los primeros minutos de la cinta, subraya este paralelismo, más aún al convertirse posteriormente en elemento crucial en la trama.

 

 


En esta obra de Wes Craven, como en Peckinpah, la violencia devora cualquier ideal o intento de moralidad. Los tres psicópatas de la película irrumpen en la plácida y despreocupada vida de la familia Collingwod de un modo parecido al sufrido por el personaje de Dustin Hoffman y su mujer en Perros de Paja. Aunque el director exploraría con mayor tino esta misma tesitura, donde víctima y verdugo se dan la mano, en Las Colinas Tienen Ojos (Wes Craven, 1977), La Última Casa a la Izquierda se gana su pequeño hueco en la historia por sentar algunas de las bases del cine de terror norteamericano de los 70. Craven extrema la dureza de sus tomas, abraza el “gore-splatter” de Herschell Gordon Lewis y George A. Romero desligándose así de la poesía visual y el cripticismo sobrenatural del «giallo» italiano. Posteriormente, películas como El ExorcistaLa Matanza de TexasCarrieTiburón o, ya en los 80, El Amanecer de los Muertos, acabarían de dar forma y prestigio a este rentable amalgamado denominado “cine de terror”, que se mantendría casi invariable hasta la influencia oriental a finales del siglo pasado.

El problema, como en muchas otras películas consideradas pioneras, reside en su capacidad para sostenerse desligada de su importancia histórica. Y la realidad de los atributos intrínsecos de la cinta, vistos con la perspectiva que ofrecen sus casi 40 años de existencia, es bastante desoladora. Es cierto que su carácter novel podría atenuar la crítica del espectador a sus evidentes carencias formales, por calificarlas de manera suave. Pero la manga ancha no da para pasar por alto los escandalosos fallos del guión, plagado de secuencias completamente superfluas (los estúpidos policías no pintan nada) y comportamientos sospechosamente inexplicables, forzados para desatar las dos catarsis violentas de la cinta.

 

 


En el fondo, creo que ya en su ópera prima tuvimos una visión bastante certera de lo que es Wes Craven: un tipo listo, que se ha sabido reciclar muy bien (Pesadilla en Elm Street, Scream), pero nunca, ni por asomo, un director genial.