Película Murder Set Pieces

Arquetípica y previsible hasta límites insospechados, Murder Set Pieces podría ser, siendo muy generosos, un ejercicio de acercamiento al medio cinematográfico para Nick Palumbo, su director. Algo así como un campo de pruebas. Si la juzgamos únicamente como película en sí misma, la chacinería que haríamos de ella no sería menor que la presenciada a lo largo de su trillado y sangriento metraje.

El alemán le cubre la espalda a la chiquilla.

Busca Palumbo, en éste su debut, una marca de estilo propia, obteniendo en lugar de ello un engendro fruto de la amalgama de influencias. Así, la incoherencia formal es la nota predominante, como si el realizador no supiera muy bien qué hacer con cada secuencia, filmando y fotografiando cada escena de manera autónoma, a modo de experimental proyecto de fin de curso. En cualquier caso, lo único que parecía tener claro era su tendencia al gore mugriento, el de la sangre oscura, densa y realista. Y en ese sentido, mal que bien, logra su objetivo de remover estómagos. Sin embargo, la capacidad visual de sus incontables asesinatos en serie es nula. Con la misma rapidez con que se suceden los violentos crímenes, se olvida uno de la forma en que se produjeron, sucumbiendo así a uno de los peores pecados del cine de terror: no dejar imágenes para el subconsciente del espectador.

Argumentalmente situada en Las Vegas, capital mundial del vicio, el colmo de la simpleza del guión llega vía nacionalidad: puestos a perpetrar un malo malísimo, qué mejor que un extranjero con cara de mascar piedras, a poder ser procedente de un país históricamente enemistado con USA. Valdría Rusia -mejor la URSS-, Afganistán o Japón, pero Palumbo prefiere Alemania. Y ya en harina, propone la misma encarnación del mal: que sea nazi, por supuesto. El ¿actor? Sven Garrett se encarga de poner rostro, que no expresión, al psicópata de turno, que bien podría ser el de cualquier otra película, a saber: infancia traumática, siniestra sexualidad e insaciable sed de sangre.

Buenos tambores se han buscado las amiguitas.

El punto fuerte del film reside en su inicial ambición por destrozar tabúes socioculturales sin censura explícita ni implícita, danzando con soltura entre la extrema misoginia y la xenofobia. Pero, finalmente, esta interesante y libérrima idea se dispersa en medio de la incomparable sensación de tedio que resulta de una historia compuesta por una simple sucesión de asesinatos. La inexistencia absoluta de policía, y apenas sospechas, deja abierta la trama a lo que venga en gana al realizador, provocando bostezos a buen ritmo. El completo vacío argumental, cubierto con diálogos de besugo y pedantes citas célebres, se enmascara con erotismo a raudales, lo cual no sería nocivo si no fuera porque las interpretaciones se ven salpicadas -para mal- de esta sexualidad, pues bien parece que la mayoría de estos desconocidos intérpretes procedan de una misma cantera: la del cine porno, tal es su incompetencia. Resumiendo, reserven su tiempo. Ya les avisaremos el día que Nick Palumbo filme algo parecido a una película medianamente interesante.