Película R.A.F. Facción del Ejército Rojo

Quién nos iba a decir que Uli Edel, responsable de ese engendro al servicio de Madonna titulado El cuerpo del delito (1992), iba a despertar de su hibernación en miniseries de televisión y cine infantil de segunda fila para entregarnos una ambiciosa película sobre la R.A.F., siglas de Facción del Ejército Rojo, grupo violento surgido en la República Federal Alemana a finales de los años 60. Y, además, ha vuelto por la puerta grande, con nominación al Oscar a mejor película extranjera incluida.

R.A.F., facción… es una película densa y compleja, cuyo mayor defecto es intentar abarcar demasiados hechos, demasiadas fechas, para contarnos la historia de la banda Baader-Meinhof, como también se conocía a la R.A.F., empezando por el contexto social en el que se originó hasta las causas de su decadencia. A pesar del handicap que eso supone para los que no somos expertos en historia alemana y de que, sin duda, innumerables detalles argumentales se nos escaparán, la trama es perfectamente comprensible, si bien, también es cierto que en algunos tramos peca de falta de ritmo.

No estamos ante una historia de buenos y malos, sino ante personajes que tienen distintas motivaciones, incluso dentro de la propia banda. De hecho, la ambigüedad del término terrorismo sobrevuela toda la película, como dice el personaje de Ulrike Meinhof, «si uno incendia un coche, es un acto criminal. Si uno incendia cien coches, es una acción política». Tan polémica afirmación puede compartirse o no, pero lo realmente importante no es estar a favor o en contra, sino buscar las causas de esos actos y ponerles remedio, como brillantemente representa, a pesar de sus escasas y breves intervenciones, Horst Herold, interpretado por Bruno Ganz.

Fotograma de RAF, facción del ejército rojo

Esas causas para la R.A.F. fueron el clima de represión violenta e injustificada que se vivía en gran parte de Europa, en Alemania en este caso, y la lucha en contra de la dictadura del dinero, también conocida como capitalismo. Su intención no era otra que despertar a la sociedad para que tomara consciencia de su situación y, a partir de ahí, continuar con una revolución popular que consiguiera cambiar la situación política y social. De ahí, de la idea de conseguir una sociedad mejor, es de donde surge el tono profundamente pesimista de la película: cualquier intento de cambiar radicalmente la sociedad está destinado al fracaso. Incluso despertando simpatías en la mayoría del pueblo, como era el caso de la R.A.F., la pasividad de los ciudadanos, descontentos pero, al mismo tiempo, acomodados en su insatisfecha vida, darán al traste con cualquier intento por cambiarla. Este pesimismo también se refleja en la fascinante evolución interna de la propia banda, convertida finalmente en un grupo de niñatos incapaces de defender sus supuestos ideales con coherencia.

En un tiempo como el que vivimos, en el que la corrección política es la base de los medios, resulta digna de alabanza la valentía de una cinta que no duda en mojarse en cuestiones tan turbias como el suicidio de los creadores de la banda en prisión, sobre los que siempre ha existido sospecha de asesinato. En definitiva, el cine alemán nos vuelve a dar una lección de visión crítica de su historia reciente. Todo un ejemplo a seguir por un país como España, empeñado en evitar cualquier hecho posterior a la dictadura.