
Valoración de VaDeCine.es: 8
Título original: Los abrazos rotos Nacionalidad: España Año: 2009 Duración: 125 min. Dirección: Pedro Almodóvar Guión: Pedro Almodóvar Fotografía: Rodrigo Prieto Música: Alberto Iglesias Intérpretes: Lluís Homar (Mateo/Harry Caine), Penélope Cruz (Lene), Blanca Portillo (Judit García), Rubén Ochandiano (Ray X), Tamnar Novas (Diego), José Luis Gómez (Ernesto Martel)
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Se palpa la plena madurez del genio, se observa en cada fotograma, se aprecia en cada encuadre, se sabe con cada nueva historia suya; no hay duda de ello. Lejos quedan esas primeras películas donde su idea del cine era patente, pero aún imposibilitada para su libre fluir por la simple condición del que sólo ostenta ganas y no marras. Ahora, el refinamiento de sus formas ya es un hecho, y Pedro Almodóvar se gusta (y nos gusta) en la certera transmisión del que siempre ha sido y será su ideario, ferozmente impregnado de pasión. La pasión con la que ha vivido y que constantemente le guía en su creación. Una pasión verdadera. Una pasión siempre rota. Porque de roturas habla también esta su última obra, que ya en su título, cómo no, avisa sobre su tristeza interior: Los abrazos rotos. Una película sobre la pérdida, sobre la injusta fatalidad del destino, sobre la forzosidad del olvido y su repercusión en el presente, pero ante todo, sobre la creación y la ilusión por la misma. Mateo representa en sus carnes todos los difíciles avatares anteriores, un director obligado a transformar su pasión por el cine y la imagen en habituación a las palabras y a la escritura; tan duro es su trance que ni siquiera puede mantener su nombre: ahora este guionista se hace llamar Harry Caine. Ése es el presente; el pasado está filmado por y para Lena, una joven secretaria que pronto dejará de serlo para pasar a formar parte de la rueda machacante de la vida, ésa que no deja ni elegir las avenencias con ella. Su precisa -por ideal- y sin embargo tumultuosa -por realidad- unión será la única que obvie en nuestra conciencia esa brusca ruptura que Pedro conceptualiza en dos planos temporales diferentes, dedicados a explayar las singularidades y alrededores de cada existencia separada.

No se elimina de la impresión general que causa el film y sus recovecos internos la ya conocida sensación de que en realidad es Almodóvar quien nos está contando su propia historia. Y si bien en esta ocasión no se puede juzgar a pleno derecho esto por lo que se cuenta, sí se puede hacer por cómo se cuenta, pero sobre todo por su fondo, regado del auténtico sentimiento del autor: el cine (obsérvese si no el primer plano de la cinta, un homenaje a sí misma, pura autoconsciencia). Hay unas pequeñas historias, casi insignificantes por su repercusión global, dentro de las otras historias, en las que verdaderamente fijamos nuestra mirada, que inspiran mucha sensibilidad artística, y que los personajes que pueblan la cinta se esfuerzan en articular, por mucho que la realidad (realidades, nunca ha existido sólo una en un único film del manchego) se oponga a su avance concreto. Para reflejar su idea en imágenes, el realizador expone toda su fortaleza artística ante nuestros ojos, y nos brinda la oportunidad de volver a deleitarnos con sus hechuras técnicas, su potente y colorida visualización, su sabia selección musical que consigue calar en lo hondo del espectador receptivo, y su sobrada dirección de actores y puesta en escena, manejando a sus anchas tan ecléctico plantel (joven en general, salvo un triángulo de experiencia que dota del necesario empaque); qué sería un film suyo sin la colectividad del reparto. Por tanto es esta película un fiel anexo a la filmografía de su director, imposibilitado por su particular (y valiosa) sensibilidad para el desmarque respecto a sus maneras de transmitirnos su experiencia. De ahí que quede la sensación de lo ya vivido, de lo ya sentido, y aun con todo uno no puede desengancharse de esa pasión que, de alguna manera maestra, renueva con cada nuevo paso que da.
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