Película Una Familia con Clase (Easy Virtue)

Suegras. Sufrido colectivo, víctima de parodias mil, verdugo de otras tantas relaciones. Es el humor hispano muy dado a la caricatura de este gremio. Gracias a refinadas obras como Easy Virtue, del dramaturgo Nöel Coward, conocemos que la burlesca afición es, en la práctica, universalmente compartida aunque, en este turno, aparezca adornada con un toque muy british.

La trama no es nueva y, de hecho, ya fue adaptada para la gran pantalla por el maestro Hitchcock que, en la versión muda de 1928, ya nos dio a conocer los entresijos de la familia Whitakker, peculiarmente decadente e irónica, donde la nobiliaria decencia de cara a la galería contrajo matrimonio con el sarcasmo y la sorna. En medio de este juego de apariencias británicas, caza del zorro incluida, aparca la despampanante Larita, recién desposada con el único hijo varón de los Whitakker, una norteamericana demasiado fresca para encajar en el tradicionalista puzzle generacional. Las divergencias no se hacen esperar y el usual duelo consuetudinario UK vs.USA revivirá en tono de comedia de los locos años 20, justo tras la Gran Guerra.

Profesor de autoescuela acosa a una alumna buenorra. A la orden del día.

Stephan Elliott, quince años después de filmar Las Aventuras de Priscilla, Reina del Desierto, abandona las arenosas dunas para instalarse en plena campiña inglesa y atreverse a dirigir este remake de simplón título en castellano. Su esfuerzo es patente, pues no sólo aspira a ser hábil con la cámara, resolviendo ocasionalmente con planos nada clásicos, sino que su desempeño por dotar de vida al film incorpora un jugoso reparto encabezado por una bellísima Jessica Biel que, simplemente, es eclipsada por el buen hacer de Kristin Scott Thomas y Colin Firth, insoportablemente matriarcal suegra y mordaz desesperanzado suegro, respectivamente. Igualmente inspirado está Kris Marshall en su lucido rol de mayordomo socarrón, al más puro estilo Geoffrey, sí, aquél de Bel-Air.

La madre escoltada por sus dos hijas. Interponerse en sus planes implica dolor.

Intérpretes aparte, y dando por supuesto el buen material primigenio, la gran baza de esta cinta es el brío del director australiano. Así, aunque irregular y previsible en sus gags, el tono general es adecuado, consiguiendo que sus buenas intenciones a la hora de barnizar la gastada comedia romántica actual resulten agradables. Paradójicamente, cual revolucionado canterano que salta al césped por primera vez, las mismas ganas juegan en su contra. El pertinaz ahínco por resultar ingenioso, garboso y bello en todo momento, acaba por maniatar al film, quedando en el espectador la agridulce sensación de que, aun con todo, algo falta en el sardónico retrato de familia. Un vacío que no es otro que ese anhelado punto de distinción que separa genialidad de corrección, clásico de perecedero, o arte de frágil virtud.