Película Mi nombre es Harvey Milk

Los derechos civiles, el pilar básico de nuestra democracia. Todos los seres humanos nacen y son iguales ante la ley. Algo tan fácil de decir como difícil de hacer realidad cuando empiezan a aparecer personas que son, piensan y sienten diferente a las que tienen el poder. Esos derechos que se presuponen ganados de antemano han tenido que ser luchados por personas que no se han resignado a una situación injusta. Cada minoría ha tenido su cabeza visible, una fuente de inspiración para los héroes de la vida cotidiana. En el caso del colectivo homosexual esa figura fue Harvey Milk.

Harvey Milk fue el primer político abiertamente gay que consiguió salir elegido para un cargo público en los Estados Unidos. Tomando como epicentro el barrio de Castro de la ciudad de San Francisco en los 70, consiguió la concejalía del distrito y luchó contra la campaña que pretendía prácticamente acabar con su colectivo llevada a cabo por el sector más conservador americano. Su vida ya fue contada en The Times of Harvey Milk, ganadora del Oscar en 1985, documental que inspira en gran medida esta Mi nombre es Harvey Milk.

El principio de un largo camino

Gus Van Sant entrega una película de factura impecable, usando un tono a caballo entre el documental y el bio-pic al uso en la que el propio Milk nos cuenta su historia. Alejado de experimentos petardos, vuelve a hacer cine de muchos quilates, permitiéndose algún momento en el que deja su sello. El empleo de material de video real y el granulado que se le da a ciertas partes del celuloide filmado intentan sumergir al espectador en el argumento, de modo que se explican los hechos pero también se intenta emocionar con ellos. El director aprovecha los momentos de victoria «épica» para enfrentarlos con el duro desenlace (el cual es conocido desde el principio del metraje si no lo es por los hechos reales) y crear junto a la música de Danny Elfman una cinta altamente oscarizable.

De hecho este efecto de euforia es demasiado «fácil» y se produce unas cuantas veces, lo cual, junto con el final, hacen pensar que todo está milimétricamente calculado y, por lo tanto, pierde un poco de honestidad en la forma de narrarlo (que no en lo que se cuenta). Hay que tener en cuenta que el asesinato de Milk es más por razones personales-políticas que por la causa gay, cosa que no se esconde en ningún momento aunque lo contrario sea mejor para los fines de la película y de los activistas en su época. Por tanto los responsables de la cinta deambulan todo el rato en la fina línea que separa el contar la vida de Harvey Milk más o menos objetivamente de hacerlo mártir directamente, saliendo airosos.

Milk y su equipo

De entre todo este conjunto tan bien construido destaca sin duda alguna un Sean Penn que se muestra inconmensurable en el retrato del protagonista, sobre el cual gira absolutamente todo lo que pasa en pantalla. La estatuilla dorada caerá en sus manos merecidamente. El resto del reparto también raya a gran altura, especialmente Emile Hirsch, el conductor protagonista de Speed Racer.

El día que no hagan falta los manifiestos, las películas, las canciones reivindicando a estos héroes que lucharon por la libertad de las personas, será el día en que habrán triunfado finalmente. Mientras tanto continuarán sirviendo de guía y llenando de ganas de seguir hacia delante a las personas que sufren injustamente, ya que, como el mismo Milk dice, no se puede vivir sólo de esperanza, pero sin esperanza no merece la pena vivir.