Pelicua Kika

Situada justo en mitad de la ya considerable filmografía del maestro manchego, Kika (título que, por cierto, dio mil y una vueltas hasta llegar a conformarse, según afirma el propio director) se cuenta como una obra que pasa más que menos desapercibida dentro de la misma, y sin embargo posee los suficientes matices y señas de identidad almodovarianos como para no dejarla caer en saco roto porque sí.

Para empezar, la historia que cuenta no es menos loca que en cualquier otra película del realizador anterior a ella, y me atrevo a decir que en esta ocasión la gracia toma rebosantes proporciones. Se trata de Kika y todo lo que la rodea, y esto es una galería de personajes a cada cual más singular, envueltos en una trama en la que Almodóvar sabe mezclar la comedia (incluso la más soez pero consecuente con sus seres creados, en uno de los grandes rasgos definitorios de su buen hacer) y el “thriller” como sólo el sabe hacerlo, a su manera; marcando la autenticidad que merecidamente se ha ganado.

Así, se dan cita el suicidio -con breve apunte dramático que posteriormente girará hacia el terreno de una leve investigación que degenerará en violencia- y el sexo -siempre desvirtuado de alguna manera: aquí aparece primero representado en la supuesta pureza del mismo, inmiscuyéndolo con la auténtica pasión, la fotografía, de Ramón, el novio de Kika; y más tarde en su lado más incómodo, en una violación que no puede ser más cómica, sin que se caiga en ningún momento en la peligrosidad implícita que tal atrevimiento pudiera llevar aparejada-. También el voyeurismo -que aquél ostenta, trasunto en realidad del propio espectador, que disfruta con el imaginario ideado-; un punto de locura -enredada en todo el colectivo-; y finalmente el crimen, que no viene sino a poner punto y final a semejante lío, para desenmascarar a los rebeldes de corazón (perennemente rechazados por el director) y realzar por encima de todo la figura principal y verdaderamente sufridora del cotarro, que no es otra que la que da vida al título.

Y es que más allá de otros detalles que Almodóvar tiene a bien regalarnos, como una decoración siempre exquisita y bien elegida (véase si no el póster de la película Peeping Tom presente en el estudio del protagonista, elocuente), ciertas fusiones visuales que tanto le gustan y que tan bien planifica, y el acompañamiento de su siempre imprescindible música, lo que destaca por encima de todo es la genial caracterización que Verónica Forqué hace de su Kika. Dichosa alma de la película, ingenuidad hecha mujer, bondad desbordada, su ilusión traspasa cada plano y logra contagiar al resto del reparto, si bien sea para que suframos la inoportuna ambición de su antitética Andrea Caracortada, papel hecho a la medida de la dura Victoria Abril.