Película La ola

No hace falta más que echar un vistazo al póster y su recalcada frase promocional (“¿Creías que no se podría repetir?”) para saber de qué va: esta interesante película aborda el tema del fascismo en general -el nazismo en particular-, encarándolo frontalmente para rehacer y cuestionar acerca de sus formas de nacimiento en las masas, poniendo el foco en la incipiente formación de unos jóvenes de instituto.

Todo surge a raíz de la discusión entablada, entre profesor y alumnado en una clase donde se imparte un seminario de “Autocracia”, sobre el significado de esta palabra y su ejemplo más flagrante: la instauración de la dictadura del Tercer Reich en Alemania. Cuando algún chico comenta acerca de la imposibilidad de que eso se vuelva a dar, abogando la supuesta concienciación y el aprendizaje histórico de las personas para con un hecho tan terrible, el profesor parece estar dispuesto a querer demostrar a sus pupilos lo contrario sirviéndose de su condición de “líder” del grupo.

Como figura predominante y enseñante, llevará a cabo un ejercicio de representación progresivo a través del cual querrá, en última instancia, constatar la débil balanza que equilibra nuestra capacidad de no sumisión, la integridad de la persona. Claro está, lo anterior tiene sus riesgos, y la intención verdadera del film es hacerlos patentes y bien visibles, percatándonos -por si algún despistado no se hubiera dado cuenta- sobre la facilidad de surgimiento y peligrosa cercanía del terror autoritario.

Gansel se mueve en el mismo terreno que su principal protagonista, el profesor: el de la enseñanza, la advertencia y el gusto final por la moraleja. Se sirve lúcidamente de una tarea tan trascendental en la formación y madurez del individuo como es el magisterio, para alertar que la falta de unos principios sólidos en él puede declinar directamente en desviación de la razón, en el sometimiento al fortalecido de intenciones; aprovecha la ocasión para demostrar que la experimentación práctica de un pensamiento, de una ideología, mediante la reproducción de las formas de su historia particular, por muy buenas intenciones y estupendas cavilaciones que dicha actividad lleve aparejada, entraña un elevado riesgo, mayor aún si trata de la búsqueda del poder colectivo mediante la anulación del individual.

Sin mayores adornos de estilo, la realización se ocupa principalmente en hacernos partícipes directos de los constantes diálogos y debates en torno a la idea que ocupa el film, brindándonos pequeños detalles más o menos irrelevantes sobre las peripecias que cada alumno vive en su entorno a raíz de su participación en clase y presenciando ciertos lugares comunes inherentes a la condición de grupo, sin embargo bien definitorios del mismo. Sólo al final la filmación se contagiará, brusca e instantáneamente, de la violencia subyacente durante todo el relato y pendiente de explotar definitivamente, cuando la asunción del vacío por una doctrina y actitud acatadas y ahora sin sentido derive, inevitablemente, en sinrazón. Será entonces cuando una nerviosa calma que también sucede a la tempestad recalque la sensación de culpabilidad de aquél que quiso demostrar autoritarismo y únicamente consiguió invertirlo en anarquía, su verdadera asignatura. Una buena muestra de realidad que ni siquiera habría que vender como tal.