Película Happy. Un cuento sobre la felicidad

Poppy vive en Londres. Es maestra infantil. Comparte piso con su mejor amiga. Tiene un carácter amable, alegre y jocoso. A veces es realmente insoportable porque parece que vive en las nubes, pero es entrañable. Siempre ve el lado bueno de las cosas, incluso cuando le roban la bicicleta o un quiropráctico le retuerce la espalda para quitarle unos dolores y ella ríe. Es feliz.

Mike Leigh escribe y dirige esta historia del día a día de una chica inglesa que personifica una forma de ser, la de verlo todo bajo un prisma de optimismo, lo cual se supone que repercute favorablemente en uno mismo. Supongo que éste es el mensaje que nos quiere transmitir el escritor y guionista, que la vida es dura y hay cosas malas ahí fuera pero que si ponemos una sonrisa el destino también nos sonreirá. El problema es que el discurso toma forma en un personaje que durante todo el metraje no muestra en ningún momento que le cueste demasiado esfuerzo conseguir ese estado semi-catatónico de estúpida felicidad en la que vive (es que tiene una línea de las gilipolleces muy marcada, ya sabéis). Si, es verdad que nos enseñan «cosas malas» de este mundo como un niño agresivo por problemas familiares o un vagabundo, pero ante todo ello Poppy reacciona curiosa y con ganas de resolver el problema, pero también con perplejidad, ya que son cosas que alteran su pecera llena de comodidad y que no encajan con su forma de ser, no entiende que puedan existir.

El punto clave de la película es la relación con su profesor de autoescuela, personaje retorcido y acomplejado. Scott, que así se llama el conductor profesional, personifica una forma de ver la vida completamente antagónica a la de la protagonista, con la ira y el odio como eje central. Ante todo ello Poppy se siente agredida en lo más profundo, en su forma se ser, y reacciona primero intentando ayudarle y aguantando lo inaguantable para más tarde dejarlo correr (que es lo que hubiéramos hecho desde un principio el 99.9% de los mortales, todo hay que decirlo). Parece más bien que estudia a ese especímen tan diferente a ella desde detrás del cristal, expectante.

Un ingrediente utilizado muy inteligentemente y que consigue que las dos horas que dura la película se pasen voladas es el humor, el cual salpica toda la cinta incluso en los momentos más graves. No es que Hawkins sea Begnini en La vida es Bella, pero alguna risa en situaciones complicadas si se nos escapa, sobre todo con Scott de por medio. Mención aparte merece la profesora de flamenco, que primero por el ridículo acento del doblaje y después por lo poco esperado del gag se convierte en el momento más hilarante con diferencia.

Sally Hawkins lleva todo el peso de la función, y su gran actuación hace que el rol interpretado cree tanto empatía como antipatía entre los espectadores, dependiendo del grado de cinismo de quien esté delante de la pantalla. Es un caso parecido al de Amelie, a algunos les parece una delicia (yo entre ellos) y a otros una tontería extrema. Happy no tiene ni mucho menos su encanto (aquello si que era un cuento) pero esa sonrisa eterna en pantalla puede llegar a cargar y resultar ñoña o puede cautivar irremediablemente, por lo que el grado de subjetividad a la hora de disfrutar la cinta es muy alto (si es que se puede decir esto, porque siempre lo es, claro). Sea como sea, es gratificante encontrar un personaje femenino fuerte que no caiga en los manidos tópicos de las comedietas románticas.

El último plano de la película es una obvia metáfora. Existen muchas formas de afrontar la vida. Poppy tiene la suya. ¿Es su vida suficientemente buena para que sea feliz? Para ella si. Cada uno de nosotros elegimos nuestra forma de afrontar la vida. ¿Es nuestra vida suficientemente buena para que seamos felices? Como diría un personaje de la peli, difícil pregunta