Película Laberinto de Pasiones

Como Pepi, Luci, Bom y otras Chicas del Montón (1980) o Arrebato (Ivan Zulueta, 1979), Laberinto de Pasiones se debe entender en un contexto determinado: el de aquellos años de exceso, aglutinados en el término Movida, en los que una pequeña parte de la España de finales de los 70 y principios de los 80 experimentaba con algo nuevo llamado libertad. En una especie de efecto rebote, pasaron de la represión total a ser, o creerlo al menos, lo más moderno de Europa, conformando una corriente cuya influencia en la cultura española posterior ha sido crucial a todos los niveles, aunque a veces se exagere desde púlpitos que buscan el mantenimiento de un status quo en el que conservar su privilegiada posición. Desde este punto de vista histórico, Laberinto de Pasiones mantiene su importancia como material testamentario de la época.

 

 


Pero les confieso que, aun situándome dentro del contexto, tengo un problema con las dos primeras películas de Almodóvar: me parecen demasiado cándidas, a su modo, llenas de inocencia ante un modus vivendi donde la drogadicción parecía no esconder reverso tenebroso alguno. Me cuesta aceptar que tras toda la irreverencia y sus ganas de transgredir, el director no fuera consciente de las contradicciones ligadas a la evidente vacuidad del movimiento, autoinmolado en cuanto la realidad emborronó sus proclamas y despertó del sueño a la mayoría de aquellos artistas. Arrebato, en ese sentido, resulta infinitamente más cabal, y por ello aguanta el paso del tiempo sin erosión alguna en su aura mítica. Algo que, en mi opinión, sí ha dañado, y mucho, a Laberinto de Pasiones, que ha perdido gran parte de su vigencia (como el propio cine posterior de Almodóvar demuestra). Cuanto más alejados nos encontramos de aquellos nebulosos años, con mayor facilidad descubrimos sus importantes carencias formales. Si en algún momento la cinta fue lo más in, desde luego ya no lo es, más bien todo lo contrario.


Porque en definitiva, toda la cinta es un pretexto para mostrar su orgullo militante. Este amago de historia coral sobre la pasión no es historia ni es nada, es un gran vacío disperso, una mera enumeración de comportamientos supuestamente cool con algún gracioso gag como aliño. La mayoría de sus líneas argumentales sobran, no se desarrollan o no tienen qué desarrollar, y gran parte de las actuaciones son indefendibles.


Al final, creo ver algún esbozo de lo que comentaba sobre la decadencia de la Movida. Como en esa canción carroza de Los Bravos, los chicos vuelven al final con sus chicas, cansados de tanta pose rock-star. Y sus dos protagonistas, Sexilia (Cecilia Roth) y Riza (Imanol Arias) abandonan sus liberales conductas sexuales para abrazar un amor de lo más católico, apostólico y romano. Lo que me gustaría saber es si con aquello, Almodóvar pretende expresar melancolía por un tiempo que se marchitaba poco a poco sin haberse consolidado en la normalidad, o era un intento de autocrítica hacia tanta impostura. Juzguen ustedes.