Película La conspiración del pánico

A raíz del 11-S todo el mundo se dio por avisado de las terribles posibilidades de los grupos terroristas internacionales, pero muy especialmente, porque fueron quienes directamente sufrieron ese histórico y brutal atentando, las autoridades y ciudadanos estadounidenses. A partir de entonces, las medidas de seguridad tomadas por parte del país más poderoso de la tierra para prevenir posibles nuevos ataques se han multiplicado exponencialmente, llegando en ocasiones a límites dudosos; paralelamente, ha surgido una cierta sensación de paranoia, que sin duda ha sido auspiciada por ese terrible miedo a la amenaza constante, ya sea ésta visible o invisible. Así, como consecuencia de todo el enrarecimiento y sensación de anormalidad anterior, surge una película como La conspiración del pánico, clarificador traducción del Eagle Eye original, más adecuado a lo que se ve en el film.

En principio todo parece bastante normal: un chico que juega dinero a las cartas con sus amigos para sacarse unas pelas que le hagan sobrevivir al pago del alquiler mensual; una mujer que lleva a su hijo a la estación de tren desde donde partirá junto a sus compañeros de banda musical a dar un concierto. Poco después, se abre el telón al drama: el chico recibe la noticia de la muerte de su hermano, militante en el ejército, descubriéndosenos entonces los lazos afectivos rotos existentes entre él y su familia, como consecuencia de un menor destacamiento personal en todos los ámbitos de la vida respecto al fallecido; la mujer que se libera de su frustración personal causada por el divorcio yéndose de copas con las amigas. Entonces, irrumpe la tremebunda sorpresa: ambos (si bien desde un principio el director prefiere centrarse en la figura del verdadero protagonista, Shia LaBeouf), comienzan a recibir llamadas amenazantes, en las que se les da una serie de peligrosas órdenes que deben seguir a rajatabla si no quieren correr riesgo. A partir de ese momento vivirán una auténtica odisea, con el mencionado tema del terrorimo siempre presente, cogiendo desprevenido no sólo a ellos mismos sino también al propio espectador.

Ese abrupto cambio de registro da paso a la acción espectacular, principal baza del film, adoptando el mismo entonces un ritmo trepidante que impide cualquier clase de abstracción y que ciertamente engancha, por cuanto el desconocimiento de las causas reales del asunto posee el espectador, intrigado sobre el significado verdadero de tan generoso lío. La sensación de violación de la privacidad individual en pos de unos intereses absolutamente enigmáticos para el ciudadano de a pie -representado en cualquiera de los dos protagonistas, con los que no resulta difícil empatizar- está conseguida mediante un narración que no da tregua a la reflexión y que logra transmitir, a base de aceleración y carencia de pausa, cierta inquietud y amenaza en todo aquello que nos rodea y que se nos escapa de las manos, cuando todo parece estar controlado por (super)poderes fácticos inalcanzables e invisibles.

Imagen de La conspiración del pánico

La película bien podría encuadrarse en el terreno de la crítica directa hacia la alta clase política y su irresponsabilidad en la toma de las decisiones que más nos afectan, y en este sentido la acusatoria secuencia inicial bien retrata la poderosa e igual de peligrosa manera de prejuzgar de los mandatarios. Sin embargo, esta opción carece de validez alguna no sólo por la inexistente definición de esos poderosos, sino también porque el alzamiento tecnológico, medio de la rebelión en pos de la justicia (y acreedor de una desmedida e increíble inteligencia artificial), se aprovecha primero como el espectacular mecanismo a través del cual se puedan sacar a relucir y finalmente corregir los defectos del sistema, para después, justo al final, pasar a ofrecer una visión negativa y simplemente irracional del mismo.

La prueba evidente del truco sale definitivamente a flote en el lamentable final: todo lo anterior no ha sido más que una excusa (muy entretenida, todo hay que decirlo) para una nueva muestra de ombliguismo estadounidense. Ante todo, la salvaguarda de la dogmática justicia americana, la honra de las personas que siempre albergaron una dudosa moral y que ahora deben ser héroes (lamentable el personaje de Billy Bob Thornton), el encumbramiento del ejemplar ciudadano anónimo, y la esperanza final, todos ya felices, orgullosos y con la lección aprendida, en la misma clase de personas que antes causaron todo el anterior desaguisado. Un minúsculo riesgo para tanto alboroto.