Película Algo pasa con Mary

Que el gag más conocido de la película sea el tupé de Cameron Díaz mantenido en todo lo alto por los fluidos corporales de Ben Stiller puede llevar fácilmente a equívoco, ya que, aún sin salirse de la trayectoria de humor más o menos escatológico de los Farrelly, el cual alcanzaría su culmen en Yo, yo mismo e Irene para luego desvanecerse poco a poco, Algo pasa con Mary funciona a muchos otros niveles.

Aquí está la madre del cordero
Planteada, como la mayoría de las cintas de los hermanos, en clave de road-movie, la película cuenta el viaje del protagonista para reencontrarse con su amor de la infancia, de cuya pérdida nunca se ha recuperado. Para ello contará con la ayuda de su mejor amigo y de un socarrón y tramposo detective, los cuales no serán, finalmente, lo que parecen. Mezcla de comedia romántica, de enredo y sí, de caca-culo-pedo-pis, el desarrollo de la acción permitirá la confección de chistes y gags de todo tipo. Sea con un humor absurdo cercano a los Monthy Phyton (esa cremallera caprichosa), otras explotando el factor visual (antológica pelea con el perro) o introduciendo brillantes mini-episodios dentro de la trama (el autoestopista y el interrogatorio, lo mejor de la película), los directores consiguen en todo momento accionar ese resorte interno que produce la carcajada, encontrando el punto medio en cada momento y sin pasarse en la adición de ningún elemento. Podríamos decir que todo el mundo encontrará los chistes a su medida, excepto, tal vez, los amantes del Woody Allen de diálogos geniales, aunque la película no esté exenta de ciertas dosis de inteligencia (y no pocas) a la hora de tejer las situaciones que combinan el avance del guión y las risas.

Los típicos problemillas de la adolescencia
Ben Stiller y Cameron Díaz entregan la actuación cómica de sus vidas, bordando los papeles de pardillo, ingenuo y romántico el primero y de chica perfecta, divertida y adorable la segunda. Además Matt Dillon consigue que el repulsivo personaje que interpreta caiga simpático de inmediato, con ese aire de pillo chuleras encantador. La química entre los actores es total, tanto entre los protagonistas antes mencionados como con los habituales secundarios farrellyanos, los cuales no fallan a su cita (mención especial a Lee Evans). Todos juntos, agrupados en torno a un guión que funciona incluso con ese final, no precisamente un happy ending pero casi que mejor, dan una sensación de tan buen rollo y diversión (la canción de los títulos de crédito o la tonadilla de Jonathan Richman que acompaña durante todo el metraje da fe de ello) que la sonrisa se implanta en tu boca desde el minuto uno y dura mucho tiempo después de haber terminado la película.

Los Farrelly no inventan nada nuevo pero si lo dotan de una frescura y coherencia que hacen que, entre risa y risa, la función tenga interés y no aburra, lo cual deja a Algo pasa con Mary a años luz de productos descerebrados como American Pie o burdas imitaciones como Very Bad Things.