Insidious 2

Si no fuera porque su nombre aparece acreditado como director para la séptima entrega de A todo gas, pensaríamos que James Wan permanece encapsulado en una burbuja de terror. Suyas son algunas de las peores pesadillas que hemos podido ver en la pantalla en los últimos años; empezando por Saw, continuando por la poco conocida y también estimable Silencio desde el mal, hasta llegar a su primer Insidious y a la aún reciente Expediente Warren: The conjuring. Ahora presenta la segunda parte de aquel excelente film de apariciones del más allá en Insidious 2, donde pretende continuar la historia que tan bien supo cuajar en la original.

Por eso sorprende tanto el despropósito que se marca en ésta. Porque aunque el tono visual resulta muy parecido -como no podía ser de otro modo tratándose del mismo director-, argumentalmente Insidious 2 carece del factor sorpresa y, sobre todo, de la claridad y el empaque narrativo de la original. Es el riesgo de la desproporcionada explotación mercantil que sufre la industria del cine en nuestros días, donde tanto el éxito de un director como su producto obligan, necesariamente, a producir algo nuevo, aun sin tomarse el tiempo intermedio necesario para una adecuada concepción del nuevo producto.

Han pasado algunos años y la familia protagonista se ha mudado a la casa de la madre de Josh, el cabeza de familia, con el objetivo de recuperar la tranquilidad que perdieron a través de los hechos narrados en el primer film. Sin embargo, parece que aquel fatídico contacto con lo espiritual no les ha terminado de abandonar, y los sucesos paranormales vuelven a reproducirse en la actualidad. La película sigue de cerca la persecución de estos fenómenos por parte de un grupo de personajes, pero su irrupción en la pantalla carece ya del impacto que sí tenían en la primera. Esto es debido en gran medida a una acumulación repentina de personajes, que resta la suave pero inapelable introducción en el más absoluto horror desconocido al que se enfrentaba una familia corriente, que tan bien quedaba representado en la primera; el foco narrativo parece disperso en varios frentes, y esta descentralización del miedo, unido a la repetición en el modo de asustar al espectador, no produce sino hastío y una suma de desinterés en el mismo.

El problema no sólo radica en que los sustos comiencen a sucederse demasiado temprano -un indicativo claro de la urgencia en la producción de la que hablaba antes-, también en que estos ofrezcan escasos elementos novedosos en su puesta en escena. Disponemos de la elemental subida en la banda de sonido acompañada de la consecuente imagen terrorífica de turno; en efecto, es este un elemento base para la creación de atmósfera y la generación de tensión en el espectador, y resulta común a la mayoría de este tipo de producciones desde siempre porque es un mecanismo intrínseco del miedo, pero si el terreno previo está abonado con el exceso de ración y la aparición de turno recurre a las formas clásicas más como un elemento de reproducción (insustancial) que de refundación o velado homenaje, el impacto y el elemento terrorífico se revelan claramente tergiversados.

Lo peor de Insidious venía dado en su tramo final, cuando las trabajadas apariciones previas del demonio que rompe la calma de un hogar se transformaban después en lo más parecido a una montaña rusa del más allá, lo que sin duda chirriaba y rompía con el tono anterior. Pues bien, ese defecto último de la cinta original es fácil de apreciar a lo largo de todo el metraje de Insidious 2, quizás no de manera tan exagerada pero sí continuada, y sobre todo en lo relativo a la definición del susto: su consabida aparición parece justificarlo en sí mismo antes que apuntar al drama que subyace en los personajes a los que rodea. Y es que jugar con la ventaja de conocerlos no debiera implicar el dejar de mimarlos, más al contrario.