Película Dolor y dinero

PARÉNTESIS Y AUTORETRATO

Hasta Michael Bay parece agotado del ensordecedor ruido de su desguace. O al menos se presenta necesitado de un pequeño descanso entre tanto Transformers (ya tiene en la fresadora la cuarta entrega). Así pues, y a modo de paréntesis, se decidió a revisitar sus orígenes (menos aparatosos -aunque también- y más cómicos) con esta Dolor y dinero, un film entroncado con Dos policías rebeldes, su debut y primer éxito. La mezcla de acción y humor y su tono desenfadado, alejado de la pompa de otras de sus propuestas, indican las tremendas ganas que Bay tenía de disfrutar al realizar este largometraje, un film que se empeña en resultar ingenioso.

Pero el empeño no hace logro. Porque Michael Bay intenta reformular sus aires primerizos imitando a marchas forzadas el nuevo cine cómico de acción y el histrionismo MTV, regurgitando sus referentes, los recursos estilísticos y sus constantes: el ágil montaje, el plano contrapicado, la narración en off, la película coral y los rótulos insertados. Guy Ritchie, Tarantino y Harmony Korine atascados en el aparato digestivo de Michael Bay. Un bastardo por resultado.

El punto cómico del largometraje vendrá grapado a su etiqueta: basado en hechos reales. La historia es delirante y el hecho de que sea real (a falta de verificar la proporción de gaseosa añadida), presupone que debe aumentar la hilaridad ante el despropósito de tres culturistas metidos a secuestradores de pacotilla en busca de algo de fortuna. No se podrá negar que este absurdo que es la vida (vulgarmente recordado a mitad de metraje) a menudo funciona como resorte humorístico, pero no será Dolor y dinero el alumno más aventajado de este tipo de sainetes, que requieren de un guión considerablemente más atinado.

Con todo, y a pesar de lo fallido de esta película de tacto sintético, Michael Bay se ha esforzado por hilar algunas ideas dentro de su ironía. Así, y a pesar de que se haga palmaria la falta de costumbre, se adivinará aquí cierta crítica a la sociedad de la imagen y al mal entendimiento del sueño americano, cuando no al propio concepto en sí. El deslumbrado personal trainer David Lugo (acartonado Mark Wahlberg), protagonista de la función, es un subproducto de todo ello: un hipertrofiado arquetipo de lo que el marketing televisivo, el capitalismo feroz y los vendeburras para triunfadores han defecado en nuestra cultura occidental. Lástima que el espíritu último de la película, su poso, se acerque tanto, peligrosa y precisamente a todo aquello contra lo que arremete, convirtiendo este pretendido fresco sobre la estupidez humana en cierto tipo de autoretrato.