Película Volver a Nacer

El melodrama es un género complicado. Como caminar por la cuerda floja. El segmento de confianza es tan estrecho que un mínimo exceso o defecto sentimental te hace precipitarte al vacío. Y Sergio Castellitto en Volver a Nacer no da más de dos pasos sin tropezar. El director italiano ha facturado una obra sin la menor templanza. Experimentar su película es como escuchar una canción con el volumen al máximo, hasta atronar. Sea cual sea el mensaje, resulta insoportable. Tamaña orgía de intensidad emocional produce un efecto absolutamente estomagante. Desde el principio, la historia de amor y tormento entre Emile Hirsch y Penélope Cruz provoca rechazo y, por momentos, vergüenza ajena de unos actores horrorosamente dirigidos (y por cierto, muy mal doblados).

Por si fuera poco, el escenario histórico donde se emplaza la trama es la guerra de los Balcanes; su preambulo, la inesperada aparición del terror de la limpieza étnica y las secuelas permanentes de una población traumatizada tras la frágil tregua que desmembró Yugoslavia. Tampoco habrá espacio aquí para la correcta exposición de aquella tumultuosa época, sólo encontraremos sacos y sacos de sentimentalismo de saldo alrededor de una comuna de artistas borrachos de ‘hippismo’.

Invitada por un viejo amigo (Adnan Haskovic) y acompañada de su hijo Pietro (Pietro Castellitto), Gemma (Penélope Cruz) rememora aquella época crucial durante su visita a Sarajevo con motivo de una exposición fotográfica sobre la guerra. La firma Diego (Emile Hirsch), su amor de juventud, el verdadero; y despertará en ella viejos sentimientos. Intercalando el ‘flashback’, viviremos ese pasado, la historia personal de cuatro jóvenes en los años que marcaron sus vidas.

Tras un comienzo azucarado hasta decir basta que cuenta el nacimiento del amor entre los personajes de Hirsch y Cruz, la cizaña de la esterilidad desencadenará el drama. El horror de cuatro años de guerra pretende dar profundidad a un argumento de por sí bastante forzado. Gasolina para una hoguera descontrolada que lejos de calentar el espíritu, achicharra el cerebro. Resulta muy muy complicado entender que escenas como la del anuncio de la negativa a la adopción salgan de la mesa de montaje. No puede ser que un director de cine la contemple y entienda que es mínimamente verosímil. Como tampoco lo es la bipolar composición de Hirsch, resplandeciente hasta cegar durante las alegrías y negro como el tizón en las penas. Incomprensible en ambos casos.

Para colmo, su último giro de guion es -aunque no lo crean por lo ya comentado- rizar el rizo. Resulta hasta cómico por artificioso y lacrimógeno. Un colofón estrambótico acorde con el resto de la película. Muy mala.