Película Entrevista con el vampiro

Uno de los detalles más interesantes de la obra que nos ocupa, como obviamente lo es también en la novela original de Anne Rice, es su profundización en la perspectiva del vampiro como víctima de sí mismo. En su revisión del mito, la concepción del monstruo asesino e implacable aquí se ve matizada con la tortura que algunas de estas criaturas soportan por el hecho de arrebatar vidas humanas para subsistir. El gran exponente de ello es el piadoso Louis (Brad Pitt), quien se agarra a su remordimiento como último reducto de humanidad. La otra cuestión fascinante que muta la leyenda vampírica es su total independencia de deidades superiores o servidumbres del Diablo, desarrollando así una dimensión nihilista y atea en estos seres nocturnos. Como salida a la crisis existencial sólo queda la auto-aceptación como cazador natural e indiscriminado que personaliza el pragmático Lestat (Tom Cruise), hábil aunque solitario vampiro decidido a disfrutar de su condición lejos de consideraciones metafísicas. Sin embargo, pese a la versión práctica y hedonista que éste representa, la ironía de su idiosincrasia reside en que él, como el resto de sus congéneres, permanece invariable ante un mundo cambiante, con lo que la soledad y una gélida sensación de obsolescencia inundan su no-vida con el paso de los siglos. Precisamente es ése el sentimiento que impulsa a Lestat a buscar un compañero capaz de ponerle en contacto con la nueva época. Lo encontrará en el citado Louis, joven viudo al cual el veterano inmortal otorga el “don de las tinieblas”, si bien no logra transmitirle su visión del mundo.

La eficaz estructura de la película se hilvana a través de una entrevista concedida en el presente por Louis, quien en gran medida busca desahogarse. Él mismo sirve como narrador de esta absorbente historia iniciada en la Nueva Orleans del siglo XVIII, momento en el que fue convertido. A través de su relato será desarrollada esta reformulación existencial sobre el mito de Nosferatu, aunque manteniendo, y de manera llamativamente exaltada, algunas de las constantes más reconocibles del vampiro, como su elegancia y poder de seducción. No falta una bien encajada ostentación de lo macabro, ni mucho menos numerosas escenas sangrientas que inspiren ese efecto repulsivo que el género necesariamente exige. Tampoco podemos pasar por alto el sutil y a la vez provocativo componente homosexual que podría extraerse de la relación entre ambos protagonistas, incluyendo incluso una suerte de tétrica pero afectuosa adopción homoparental. En este punto se introduce el turbador personaje infantil de Claudia (Kirsten Dunst), grotesco e imposible capricho que más tarde desencadenará la tragedia para empujar la obra hacia nuevos horizontes quizás menos sugerentes.

Quedando claro que estamos ante un film de personajes y cuidados diálogos, hay que reconocer una buena parte del mérito de su magnetismo a su entonado reparto. Magnífico luce el melancólico Pitt, así como está brillante el realmente jocoso Tom Cruise, sin olvidar a nuestro intenso Antonio Banderas en su papel como Armand. Pero si de interpretaciones hablamos es justo destacar el sorprendente trabajo de la pequeña Kirsten Dunst, la cual nos aterra con su mirada adulta encerrada en el cuerpo de una niña. Entre todos, y gracias a su cautivador guión -escrito por la propia Anne Rice-, logran que el tono oscile sin caer en el ridículo entre impresionantes arrancadas de terror y un morboso humor negro decidido a coquetear con la comedia, principalmente cuando se acerca al arrebatador Lestat. Cierto es que la cinta se permite algunas concesiones para el gran público y más de una ligereza que pretende claramente acentuar o prorrogar su aceptación comercial -ese discutible final molón “Sympathy for the Devil” huele a semilla de secuela-, pero resulta innegable la ambición cinematográfica de una propuesta lo suficientemente embriagadora como para resistir varios visionados con igual disfrutabilidad.

Engalanada además con una maravillosa y muy personal puesta en escena, Entrevista con el vampiro abruma por momentos en virtud a la portentosa dirección artística que exhibe desde sus primeros pasos coloniales hasta las estribaciones francesas de la narración. El detallista vestuario, su maquillaje, la cuidada fotografía, la soberbia partitura de Elliot Goldenthal y la patente creatividad de Neil Jordan como director demuestran que es posible conjugar una nítida aspiración taquillera con el respeto y la calidad que todos los públicos merecen. Todo un clásico popular moderno, estamos en definitiva ante un film inolvidable ya asentado como uno de los más importantes títulos fantásticos de finales del siglo pasado.