Película Asesinato en 8 mm

Tom Welles, interpretado con seriedad y estilo por Nicolas Cage (Long Beach, California, 1964), detective cuya mayor virtud es la discreción, es contratado por una acaudalada anciana que recientemente ha enviudado. Entre las pertenencias de su fallecido marido encontró un rollo de película. La señora necesita saber si el contenido de la misma es real o una escalofriante simulación. Quiere pruebas.

El sabueso contempla la película. Queda horrorizado. No puede ser. En la pantalla aparecen una jovencita y un hombre enmascarado en una habitación decrépita. No hay palabras de amor que iluminen sus ojos, ni velas que ambienten la velada. La tortura y la mata. Sin vacilaciones. Gustándose. ¿Es posible? ¿Quién es la chica? ¿Quiénes son el verdugo, el director de la grabación y el que mira escondido en las sombras?

Hoy apenas habla nadie sobre esta perversión –películas snuff-, pero sí se hacía en el momento del rodaje y del estreno de Asesinato en 8 mm. Filmaciones que se movían en la clandestinidad, que pasaban de manos manchadas de sangre a manos caprichosas por cantidades importantes de dinero. La mayoría resultaron ser falsas. Sin embargo, otras…

La investigación le irá introduciendo, paso a paso, en un mórbido submundo en el que reinan campantes el sexo duro sin límites, la dominación y el cuero, las violaciones fingidas, la zoofilia y la coprofagia. Cualquier desviación, cualquier pensamiento retorcido que se le pueda ocurrir al hombre. Una zona que no está deshabitada, a la que no le faltan clientes pese a no publicitarse convenientemente en la radio o en la televisión.

Nuestra especie es capaz de formular una vacuna que salve la vida a millones de niños, de pintar Noche estrellada y de componer Infinito, de cruzar el océano en unas horas, de bisbisear “te quiero” al oído. Pero también de encargar, rodar, protagonizar y contemplar dichoso una de estas monstruosas películas. Mortificar y asesinar no son obstáculo, sólo unos servicios con unas tarifas estipuladas que abonar.

Bailará con el Diablo, y ya no volverá a ser el mismo. Los otros afectados serán su mujer y su hija, de los que cada día se aleja un poco más, a los que quiere proteger de este vertedero de almas negras.

En el viaje lo guiará Max California (Joaquin Phoenix, 1974), un dependiente de un videoclub pornográfico con el que entabla cierta amistad. Pronto demuestra que cuenta con un gran talento por desarrollar. Quizás, cuando resuelva este asunto, lo tome en un futuro próximo como pupilo o compañero en próximos casos. Un Virgilio que le conducirá a lo más hondo del Infierno.

El film no termina con la resolución del caso y el descubrimiento de la razón que originó tan macabros actos y tan funestas consecuencias. Probablemente no fue una buena idea. Hasta este minuto hablamos de un título excelente. Una de esas películas de culto que es obligado rescatar cada cuatro o cinco años.

Sin embargo, Joel Schumacher (Nueva York, EE.UU., 1939), director del largometraje, no se resiste a satisfacer una brutal venganza por la desalmada muerte de una adolescente, de la que sólo se acuerdan su madre y, ahora, él. Estos minutos la vulgarizan un tanto. Aunque estas escenas están ejemplarmente rodadas, no deja de ser una caza, pieza a pieza, ya vista, al contrario que sucedía con el resto del metraje, donde todo era desconocido y peligroso.

Aunque también es cierto que es en la vendetta donde apreciamos con mayor claridad y profundidad la evolución personal del investigador. Con el permiso de una madre rota mil veces por dentro, dejará salir al dragón que lleva dentro hundiendo cráneos y haciendo arder piel y huesos en una hoguera que calme el pulso, cuyo humo huela a una justicia que no coincide con la del hombre civilizado.

¿Cómo hemos llegado a esto? ¿De verdad hay gente así? ¿Por qué? La razón apuntada por la película es tan simple como acertada, tan triste como realista. El hombre siempre será el peor lobo del hombre… y lo devorará a los pies de Babel.

Da pánico ser consciente de que muchos de estos monstruos no son reconocibles a simple vista. No es requisito indispensable que ninguno de ellos haya sido machacado diariamente por el último novio de su madre cuando iba al colegio, ni violado en tres ocasiones por el director de la guardería, o haber ejercido como monaguillo en la parroquia de San Andrés, o de tuno junto a los amigos de un hermano mayor.

Ni siquiera se les intuye en partidos de pádel que disputamos en categoría de mixtos, ni en la cola del kiosco para comprar el periódico, ni en una manifestación que luche por los derechos mínimos de los trabajadores que tanto costó conseguir en su día –sólo me refiero a los manifestantes, claro-. Realmente, ¿usted conoce a su vecino del primero C?