Película Cara a cara

En el momento de estrenarse Cara a cara / Faccia a faccia (1967), el spaghetti-western ofrecía una diversidad de perspectivas, y la presente cinta se integra en lo que pasó a ser el spaghetti-western social de izquierdas, una más de las diversas manifestaciones que por aquel tiempo hubo, reflejo de una época, y que también se dio en otros géneros latinos, como fue el poliziesco o, directamente, el cine social de autores como Francesco Rosi, por poner un ejemplo. Aparte de ello, el film también supone una derivación (y no una secuela, como se refiere en muchas fuentes) del título previo en el que intervinieron su director, Sergio Sollima, y su protagonista, Tomas Milian, El halcón y la presa / La resa dei conti (1966), pues ese supone el primer eslabón de lo que, con posterioridad, Sollima desarrollaría en sus incursiones dentro del género: la confrontación entre dos personajes, en principio, antitéticos; la evolución que experimentarán cada uno de ellos a raíz de su contacto; su crítica social y política…

El film arranca con Brett Fletcher (Gian Maria Volonté, precisamente representante de gran parte de ese cine social de izquierdas referido(1)), un profesor de historia que debe abandonar Nueva Inglaterra para trasladarse al oeste, donde el clima seco será bueno para sus pulmones. Allí se topa con “Beauregard” Bennet (el cubano Tomas Milian(2)), un forajido mestizo que lo retendrá como rehén. Entre los dos se dará una relación cautivante, a tal punto que ambos intercambiarán personalidades, como si dijéramos: “Beau” Bennet, un criminal sin escrúpulos, irá adquiriendo conciencia e integridad; por su parte, el profesor Fletcher se repondrá en su salud, acaso por el clima, o más bien por la sensación de poder que lo va alimentando, y se convierte en un cruel dictador, fraguado por los conocimientos de historia que el personaje detenta.

Sollima, pues, se cobija dentro de los parámetros del (spaghetti-)western para realizar un ejercicio de análisis político-social. Sin embargo, lo positivo de Cara a cara no supone eso, sino el grado de equilibrio que consigue entre dos opciones, la ideológica por un lado, y la artística por otro. ¿Cuántas películas hay que tratan grandes temas, pero luego ofrecen una caligrafía cinematográfica de parvulario?

El director de El halcón y la presa toma dos personajes antitéticos y los enfrenta, y el resto de los personajes pivota alrededor de ambos, en un reflejo de la ley de la acción y la reacción. Sollima sigue los moldes estéticos de Leone, aún con su personalidad propia (el preciosismo de algunos planos, como la toma final de Siringo herido y su revólver enclavado en la arena), pero también se percibe la influencia de los clásicos norteamericanos, en especial de la estupenda Río Conchos (Rio Conchos, 1964), de Gordon Douglas, con la revelación de Piedras de Fuego, el territorio aislado donde se cobija la banda de “Beau” Bennet, la Camada Salvaje, trasunto del auténtico Wild Bunch que se dio históricamente.

Brett Fletcher contrapone testimonialmente el concepto del homicida solitario y el colectivo, que de esta manera entra en la historia. Parafraseando a Guy de Maupassant: “Quien mata a unas pocas personas es un asesino, quien mata a muchas es un héroe”. Este concepto es puesto en entredicho a lo largo del film, en especial cuando, hacia el final, se compone una legión de “vigilantes” que organizarán una masacre en Piedras de Fuego: un hombre muerto vale cien dólares, una mujer cincuenta, y un niño veinticinco. Siringo compara estas actividades con las masacres de indios perpetradas por el ejército norteamericano (comentario eliminado en la versión española).

“Beau” Bennet, por su parte, comienza siendo un asesino desalmado. “La diferencia entre él y yo es que yo sé lo que hago”, refiere Fletcher, a modo de justificación, cuando tal actitud lo hace resultar más sanguinario, más inhumano. Bennet, al principio, es un perro rabioso que se revuelve constantemente, mordiendo incluso la mano que lo intenta ayudar; de modo paulatino, irá descubriendo su humanidad, y el punto de inflexión representará la muerte del muchacho mexicano.

Como un eje que une a ambos personajes tenemos a Charlie Siringo, personaje que existió en realidad, un detective de la Pinkerton. Siringo sufrirá una evolución similar a la de Bennet, solo que, en este caso, él en teoría representa a la justicia. Los instantes finales en el desierto, entre los tres personajes, ofrecen una fuerza impresionante, en la derivación final de un viaje en el que Sollima se ha tomado su tiempo en presentar a los personajes, estudiarlos y acompañarlos en su evolución. Las escenas de acción son escasas pero enérgicas, y el director nos evita presenciar las masacres que acontecen, narrándolas por medio de elipsis. Conviene destacar, por la fuerza de su planificación, la muerte del segundo espía que es enviado a integrarse en la Camada Salvaje, y que Sollima muestra simplemente por medio de una mano crispada en un plano detalle, con el rostro agonizante del sacrificado al fondo, desdibujado.

(1)En todo caso, muchos de los actores de ese cine social eran también habituales dentro del spaghetti-western, como es el caso de Lou Castel o el propio Volonté.
(2)»Beau” Bennet supone una “reformulación” del Manuel “Cuchillo” Sánchez que Milian interpretó en El halcón y la presa. “Cuchillo” volvería a aparecer en Corre, Cuchillo… ¡corre! / Corri uomo corri (1968), de Sollima nuevamente. Se suele decir que el primer “Cuchillo” suponía una redefinición del José Gómez que Milian encarnó en El precio de un hombre / The Bounty Killer (1966), de Eugenio Martín, si bien parece ser que la película de Sollima es anterior