Película Los girasoles ciegos

No resulta sorprendente que José Luis Cuerda nos regale trabajos de calidad envidiable, sin embargo, en esta ocasión, he de decir que el resultado no puede equipararse al obtenido en ocasiones anteriores. El bosque Animado (1987) o Lengua de las mariposas (1999) dan fe de ello. Resulta ineludible destacar que Los girasoles ciegos ha sido estrenada como obra póstuma del genial guionista Rafael Azcona, uno de los máximos exponentes del panorama nacional.

Esta vez, el director ha decidido llevar a la gran pantalla la novela homónima de Alberto Méndez. La película, al igual que su referente, se ambienta en la Galicia de los 40, en plena posguerra. Esta adaptación avanza en su desarrollo centrándose en dos historias que coinciden en el punto de partida, correspondiéndose con los dos últimos capítulos de los cuatro que consta el libro.

 

Una de ellas hace referencia a la joven pareja formada por Lalo (Martín Rivas) y Elenita (Irene Escolar). Él, jugueteando peligrosamente con los círculos republicanos, decide escapar de la represión franquista y huir a Portugal. Ella, a pesar de su avanzado embarazo, decidirá acompañarle y traspasar así juntos la frontera que separa la libertad ideológica de la represión.

Los padres de Elenita, Elena (Maribel Verdú ) y Ricardo (Javier Cámara), por su parte, lidiarán su propia batalla contra el régimen desde el cobijo del hogar, concretamente desde el interior de un armario con puerta falsa tras el que Ricardo se ocultará de las amenazas externas. Y es que un antiguo profesor de literatura con una mentalidad poco acorde a la imperante en la época sólo tiene dos posibles alternativas: el duro exilio o el ingenio. Sin embargo, en este caso, la astucia convertirá la existencia del ex profesor en un martirio constante ya que el habitáculo de detrás del armario se convertirá en su particular cárcel. Elena, por su parte, dedicará su tiempo a hacer trabajos de costura, atender los quehaceres del hogar y sacar adelante a su hijo menor, Lorenzo (Roger Príncep), que ha iniciado estudios en un colegio religioso de ideología extremadamente fascista. Será allí donde conozca a Salvador (Raúl Arévalo), un joven canónigo dedicado a la enseñanza que acaba de regresar del frente. Éste, no tardará en experimentar una enorme atracción por Elena, que previsiblemente, acabará en desdicha.

 

Cuerda recrea el ambiente de la época con bastante clarividencia. Las falsas apariencias, la hipocresía, el valor y la cobardía son las constantes sobre las que se asienta la trama. La tensión se convierte en un elemento inherente al film y que llegará a su punto álgido con un desenlace previsible a todas luces. Son tantas las obras que han tratado ya el tema que pocas novedades son aportadas. El metraje es bastante irregular, ya que intercala momentos de lucidez con otros de tedio absoluto. Sin embargo, el principal hándicap corresponde a la historia que narra la historia del exilio de Elenita y Lalo, la cual parece haber sido colocada a modo de relleno.

 

En el reparto no encontramos medias tintas. Irene Escolar y Martín Rivas rozan la mediocridad, quizá debido al poco rodaje de ambos. Maribel Verdú estupenda, como siempre. Aunque bien es cierto que las caderas postizas que el director le endosó debido a su delgadez le roban cierto protagonismo. Cámara también cumple su cometido, aunque en su caso, el michelín no es de pega. A Roger Príncep, más conocido por “el niño de El Orfanato” (esto huele a encasillamiento prematuro), Cuerda le regala un papel entrañable. La actuación de Raúl Arévalo parece tener todas las papeletas para el Goya, tiempo al tiempo.

En definitiva, estamos ante un trabajo que poco tiene de peculiar si echamos un vistazo a la trayectoria profesional de Cuerda. Esperemos que en la próxima ocasión el director saque lo mejor de sí mismo y consiga un resultado más aceptable. Seguimos a la espera.