Película Sácame del paraíso

Siguiendo la senda que últimamente se ha fijado de desmarcarse un tanto de su personaje de Rachel en Friends, algo que no conseguirá nunca, el cual atraía hacia sí blandos papeles protagonistas en comedietas románticas para parejas poco exigentes con ganas de cogerse de la mano en el cine un domingo por la tarde, Jennifer Aniston vuelve a explorar su lado más gamberrete (entendido a la forma de la marca Apatow, así que bastante light) en ésta Sácame del paraíso, igualmente inocua que las referidas anteriormente pero al menos sin provocar náuseas por exceso de algodón de azúcar.

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Partiendo de la premisa-excusa con disfraz de moraleja de denunciar la alienación de la vida en la ciudad en esta época en la que todo va tan rápido y bla-bla-bla, súbitamente y sin demasiadas vueltas la cinta gira dejando a un lado la parte romántica hacia una comedia pura y dura de peces fuera del agua, en este caso, treintaymuchoañeros perdidos buscándose a sí mismos y, por supuesto, que nadie se ponga nervioso, encontrándose. El hecho de que la Aniston no sea la protagonista total de la función aun siendo el mayor reclamo para que el espectador pague la entrada de cine es lo mejor que se puede decir de ella, ya que ésta respira mejor a través de los diálogos de la multitud de secundarios que la pueblan. A veces excéntricos, egoístamente pasados de vueltas o simplemente como las maracas de Machín, esos presuntos modelos de conducta en los que la pareja protagonista busca la redención no se encuentran menos aturdidos y descentrados que ellos mismos, y no les sirven sino para escapar durante unos momentos de la cruda realidad de la que no podrán escapar nunca, su propia vida.

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Que la verborrea del párrafo anterior no desoriente al potencial espectador. Se trata de una de las de pasar el rato y echarse algunas risas con caras conocidas y agradables sin más, aunque con un trasfondo un tanto amargo que, si bien no es lo principal ni mucho menos de la película, sí sirve para dotar de cierto empaque, una coartada incluso, al conjunto. Y es que aunque alguna sonrisa se puede quedar congelada y tornarse en un rictus ligeramente más sombrío según la situación personal de cada cual ante los dardos que esporádicamente se lanzan, eso no impedirá que el ligero disfrute del humor blanco de la cinta deje un buen regusto, como el de una naranja a la cual un punto de acidez siempre mejora.