Película Las Chicas de la Sexta Planta

Las mujeres de la sexta planta no saben de protocolo, ni de las últimas tendencias en moda. No saben de agua caliente, ni de retretes que no se atascan, ni de internados en el extranjero a los que enviar a los malcriados hijos. No saben de ese tipo de cosas. Pero saben de otras más importantes.

Saben cómo se debe hervir el huevo del desayuno para que quede perfecto, al gusto del señor. Saben curar el dolor de estómago con sopas calientes. Saben preparar unas deliciosas croquetas. También saben ayudarse en los momentos de apuro. Saben divertirse con poco. O también con nada. Saben remendar sus batas floreadas, uniforme perenne que les acompaña en sus quehaceres día sí y día también. Saben hacer felices a unas desagradecidas familias que se vendrían abajo sin su ayuda. La de estas entrañables asistentas españolas que, tratando de hacer algo de dinero en los dolorosos 60, emigraron a una estirada Francia que les recibió con las puertas abiertas: las del servicio. Sin ascensor ni elegante aldaba.

La esperpéntica representación de la maritornes, iletrada pero con un máster de sabiduría popular práctica, queda retratada por enésima vez en Las chicas de la sexta planta. Philippe Le Guay, responsable de esta comedia agridulce de trasfondo social y humanista, acomete la difícil labor de plasmar un estereotipo sin caer en lugares comunes. Y, desgraciada y previsiblemente, yerra en el intento. Resultado: una gemela idéntica de tantas otras. Clones con escoba y delantal, tan semejantes entre ellas mismas y entre otras de las de su especie, que ya se nos antojan familiares lejanos.

El retrato naturalista del emigrante alienado por una élite superficial es un recurso que sigue despertando la simpatía del público, historia de amor edulcorada, con transgresión de clases mediante. No obstante, la escasa cohesión del guión, los altibajos en el tempo y una tediosa sensación de intrascendencia, parecen condenar al olvido esta revisión del mito de Cenicienta más pronto que tarde. La escasa chispa y la reiteración se encargarán de sabotear el resto de opciones de éxito. Media sonrisa, algo condescendiente, que no evoluciona ni a llanto ni a carcajada.