Película Boogie Nights

Un año después de presentar al mundo Sydney (1996), primer largo del californiano Paul Thomas Anderson, llegaba a las pantallas de cine Boogie Nights (1997), título que contó con el beneplácito de la crítica y del público. Ninguno se equivocó al apostar por el joven director y, en esta ocasión, también guionista y productor, todo un caballo ganador. Recordemos que después nos regaló –por favor, todos de rodillas- Magnolia (1999), Punch-Drunk Love (2002) y Pozos de ambición (2007).

En Boogie Nights nos relata con inmenso e inesperado desparpajo y franca naturalidad dos historias interconectadas, la de una escena o industria del cine pornográfico y la de un futuro actor. En principio, un terreno conflictivo y polémico, del que realmente no sabemos tanto como imaginamos, que daría en su estreno y da a día de hoy pie a infinidad de hipócritas polémicas, como sucede con cualquier asunto relacionado con el sexo. Si no, pruebe a verla en compañía de sus suegros o de sus hijos. Luego nos escribe y nos cuenta.

Durante la primera mitad de la película presenciamos los años dorados del cine para adultos, que transcurren desde finales de los sesenta hasta mediados de los setenta. Hablamos de los años donde reinaban los pantalones de campana, las patillas desafiantes y los bigotes poderosos, así como la música disco, constantemente presente en la película. La cámara nos introduce en los rodajes de estas películas, en sus alocadas y desenfadadas fiestas, en sus conversaciones íntimas y privadas. Vemos a directores y actores felices, divirtiéndose mientras hacen lo que más les gusta, rodar cine.

Aquellos metros de película tenían un único destinatario, las salas X que se ubicaban en toda urbe que se preciase de ser moderna y que quisiera estar en el mapa de las ciudades que cuentan. Películas que servían para lo que servían -tanto cineastas como espectadores activos sabían lo que había-. Hoy en España quedan siete de aquellas particulares salas.

La escena del cine porno, al igual que el de la música o el de los libros, también tiene sus estrellas. En la vida real fueron, entre otras, Marilyn Chambers, Linda Lovelace y John Holmes. ¿Quién no ha visto o escuchado nunca títulos como Garganta profunda o Detrás de la puerta verde? La de Boogie Nights se llama Dirk Diggler (Mark Walhberg), el hombre de los treinta y tres centímetros de amor. Como curiosidad aportaremos que sobre este personaje ya rodó P.T. Anderson un documental de treinta minutos en la escuela secundaria, The Dirk Diggler Story (1988).

Dirk pasa de ser un lavaplatos más que se gana unos dólares extras tocándose delante de otros a estrella internacional de este género fílmico. Un hombre nacido para darlo todo delante de la cámara. Y una vez en la cumbre, como todo lo que sube, baja, dando paso así a la segunda parte de Boogie Nights. Entran aquí los egos descomunales, las drogas y los tabiques, las pistolas que todo lo arrasan –mujeres ¿infieles?, a uno mismo-, las necesidades olvidadas –hasta dinero para comer-. Una caída en espiral sin visos de tocar fondo.

Y con la caída del ídolo, la del cine pornográfico. Con la llegada del formato VHS y su rápida y agresiva penetración en el mercado, a la que se suma el arresto por el que ponía el dinero para convertir el sueño en realidad, se da sepultura a una forma de entender el cine al que el director Jack Horner -encarnado por un recuperado y sensacional Burt Reynolds- no quiere renunciar.

Al lado de Dirk Diggler encontramos un elenco –clan o familia- de personajes con vida propia, con personalidades precisamente definidas, lo que provoca que Boogie Nights no deje de crecer hasta los créditos finales. Y, entre todos ellos, un escalón por encima de una desinhibida Julianne Moore, brillando con una luz especial, tenemos a Roller Girl, la mujer que nunca caminaba. Un personaje inolvidable.

Uno de los temas más importantes a los que se enfrenta P.T. Anderson y que hace que cualquier persona, aunque no le atraiga excesivamente el porno, se sienta atraída por lo que vamos viendo en la pantalla, es el de cómo se relacionan esta clase de actores con el resto de la humanidad. ¿Es posible conciliar este trabajo con una relación sentimental estable fuera del plató? ¿Y con la familia? Vistámonos con sus pieles. ¿Asumiríamos sin tara que nuestra pareja tuviera sexo con otros actores durante la mitad de los días del mes? ¿Llevaríamos con orgullo que nuestra hermana o nuestra hija fueran estrellas de este mundo? ¿Regalaríamos sus películas a nuestros amigos en sus cumpleaños? Cada uno tendrá su respuesta. Ésta es la del director. Y me encanta.