
Valoración de VaDeCine.es: 7,5
Título original: Pat Garrett and Billy The Kid Nacionalidad: Estados Unidos Año: 1973 Duración: 122 min. Dirección: Sam Peckinpah Guión: Rudy Wurlitzer Fotografía: John Coquillon Música: Bob Dylan Intérpretes: James Coburn (Pat Garrett), Kris Kristofferson (Billy The Kid), Bob Dylan (Alias), Jason Robards (Gobernador Wallace), Barry Sullivan (Chisum)
Trailer
La historia es un relato escrito por vencedores; en ella, un bando torna en santos, el otro en demonios y mientras los acontecimientos son teñidos de leyenda. Sobre esta base se cimentó buena parte del western clásico, interesado en transmutar, alquimia cinematográfica mediante, el genocidio en mitología. Ello no resta un ápice de validez fílmica al género, pero si conviene apuntarlo de cara a entender a quien siempre huyó del mito, a un Sam Peckinpah, de ascendencia india, que rehusó la cosmogónica visión del origen de los Estados Unidos.
Así, en su cine no habrá hueco para los viejos y nobles valores y sí para la roja sangre, para el disparo por la espalda, en definitiva para una violencia que crece cual hiedra, adherida al espíritu de una nación cimentada en el aluvión inmigratorio de los desesperados de Europa, gentes que delimitaron su nuevo hogar con estacas y protegían su reciente cercado con el rifle cargado. Una colonización feroz a la que, en pos de un Leviatán de Hobbes que reglamentase el contrato social, convino poner orden cuando el terrateniente establecido comenzó a tener demasiado que perder.
Y en ese lugar y momento se enmarcan Pat Garrett (asolanado James Coburn) y Billy The Kid (morrisoniano Kristofferson), justo cuando el primero, durante años compañero de pillaje del segundo, es nombrado sheriff del condado de Lincoln por el poderoso Ring of Santa Fe, un grupo de latifundistas, ganaderos y políticos que decidieron que, situadas las fichas del tablero en posición tan ventajosa para ellos, ya era hora de poner reglas al juego; había llegado el momento de instaurar su concepto de moralidad.
Todo ello es aquí anotado, nunca sermoneado, por un Peckinpah centrado en la relación de amistad, cuasi paterno-filial, de Garrett y Billy, en la imperecedera persecución entre dos iguales, ley y forajido, a los que la historia tratará de distinta forma tan solo porque uno pensó en la paga de jubilación y el otro se entregó al hedonismo. Pero, ¿qué elección resulta moralmente más aceptable? De la profundidad psicológica de los personajes nunca se obtendrá una respuesta despojada de interpretaciones, siempre cabrá la subjetividad alejada un mundo del simplismo maniqueo.
Como narrador de su revisión desmitificadora de un episodio histórico mucho más próximo a ésta su visión que a la cacareada leyenda, Peckinpah reclutó a Bob Dylan, cronista apócrifo de la segunda mitad del pasado siglo en Estados Unidos. De su aportación, papel secundario y banda sonora, quedará para el recuerdo la magnífica composición musical, depósito de aquel Knockin’ on Heaven’s Door que repica perenne en la memoria colectiva y de una impecable parte instrumental, perfecto envoltorio para las cuestiones sembradas en Pat Garrett y Billy The Kid.
Y es que será en la formulación de la pregunta donde se encontrará el distintivo de un director dispuesto a renovar o escribir el obituario (según opiniones) de un género al que alejó de sus tópicos tanto en el fondo como en la forma. A modo de migas de pan en el camino quedaron la ralentizada y lírica violencia como elemento narrativo, un empleo del color original e impulsivo y el escepticismo en el horizonte. Si se hace un breve ejercicio de reflexión, enseguida vienen a la cabeza los pulgarcitos que recogieron su legado.
La historia es un relato escrito por vencedores; en ella, un bando torna en santos y el otro en demonios mientras los acontecimientos son teñidos de leyenda. Sobre esta base se cimentó buena parte del western clásico, interesado en transmutar, alquimia cinematográfica mediante, el genocidio en mitología. Ello no resta un ápice de validez fílmica al género, pero sí conviene apuntarlo de cara a entender a quien siempre huyó del mito, a un Sam Peckinpah, de ascendencia india, que rehusó la cosmogónica visión del origen de los Estados Unidos. Así, en su cine no habrá hueco para los viejos y nobles valores y sí para la roja sangre, para el disparo por la espalda, en definitiva para una violencia que crece cual hiedra, adherida al espíritu de una nación cimentada en el aluvión inmigratorio de los desesperados de Europa, gentes que delimitaron su nuevo hogar con estacas y protegían su reciente cercado con el rifle cargado. Una colonización feroz a la que, en pos de un Leviatán de Hobbes que reglamentase el contrato social, convino poner orden cuando el terrateniente establecido comenzó a tener demasiado que perder. Y en ese lugar y momento se enmarcan Pat Garrett (asolanado James Coburn) y Billy The Kid ('morrisoniano' Kristofferson), justo cuando el primero, durante años compañero de pillaje del segundo, es nombrado sheriff del condado de Lincoln por el poderoso Ring of Santa Fe, un grupo de latifundistas, ganaderos y políticos que decidieron que, situadas las fichas del tablero en posición tan ventajosa para ellos, ya era hora de poner reglas al juego; había llegado el momento de instaurar su particular concepto de moralidad y propiedad privada. 
Todo ello es aquí anotado, nunca sermoneado, por un Peckinpah centrado en la relación de amistad, cuasi paterno-filial, de Garrett y Billy, en la imperecedera persecución entre dos iguales, ley y forajido, a los que la historia tratará de distinta forma tan solo porque uno pensó en la paga de jubilación y el otro se entregó al hedonismo. Pero, ¿qué elección resulta moralmente más aceptable? De la profundidad psicológica de los personajes nunca se obtendrá una respuesta despojada de interpretaciones, siempre cabrá la subjetividad alejada un mundo del simplismo maniqueo. Como narrador de su revisión desmitificadora de un episodio histórico mucho más próximo a ésta su visión que a la cacareada leyenda, Peckinpah reclutó a Bob Dylan, cronista apócrifo de la segunda mitad del pasado siglo en Estados Unidos. De su aportación, papel secundario y banda sonora, quedará para el recuerdo la magnífica composición musical, depósito de aquel Knockin’ on Heaven’s Door que repica perenne en la memoria colectiva y de una impecable parte instrumental, perfecto envoltorio para las cuestiones sembradas en Pat Garrett y Billy The Kid. Y es que será en la formulación de la pregunta donde se encontrará el distintivo de un director dispuesto a renovar o escribir el obituario (según opiniones) del western, un género al que alejó de sus tópicos tanto en el fondo como en la forma. A modo de migas de pan en el camino quedaron la ralentizada y lírica violencia como elemento narrativo, un empleo del color original e impulsivo y el escepticismo en el horizonte. Si se hace un breve ejercicio de reflexión, enseguida vienen a la cabeza los pulgarcitos que recogieron su legado. 
|
Muy interesante, peli y crítica.