Película Rudy, reto a la gloria

Rudy no es sólo un drama de superación, es deporte en estado genuino, es una historia verdadera cimentada en el esfuerzo; la persecución de un sueño muy personal, y no el entendido estrictamente como “americano”, el cual también encontraremos aquí, aunque más bien reflejado en la conquista de la posición social media por parte de los antecesores emigrantes de nuestro protagonista. Porque Rudy contiene épica y es emocionante como la vida misma. Es trabajo sin tregua, es la leyenda de un muchacho que pelea por sus propias metas, por un triunfo que no se ajusta precisamente a los estándares de éxito por encima de todos, lo que convierte su discurso en algo cercano e inspirador. Pura cuestión de perspectiva.

El pequeño Ruettiger (un creíble Sean Astin) no tiene físico para jugar en la élite del fútbol americano, no tiene dinero, expediente, ni grandes facultades intelectuales para ingresar en la universidad que acoge al equipo de sus amores desde niño. Pero Rudy posee algo más valioso: el coraje de los más grandes deportistas y una tenacidad a prueba de bombas. Él no aspira a ser el mejor. Su gran motivación es hacerse respetar en un mundo que está ronco de decirle que jamás podrá con esto o con aquello; de repetirle que los sueños, sueños son. En su titánica odisea tendrá que trabajar donde pueda, aceptar caritativas ayudas, estudiar más que nadie y entrenar al límite de la extenuación. Y todo por un reto casi inalcanzable: defender el casco dorado del Notre Dame. Querer es poder, ésa es la lección que preside el relato de manera omnipresente y sin complejos.

Es innegable que esta sencilla aunque eficaz cinta tiene mimbres para enganchar al público. Resulta difícil no interesarse por un guerrero tan bravo e intenso como Rudy, un tozudo jugador aparentemente poseído por el espíritu de Carles Puyol hasta arriba de café, el cual se gana a sus compañeros y a los hinchas con una entrega sin cuartel al borde de la inconsciencia. Es cierto que el guión es incapaz de alejarse del protagonista, resultando extremadamente obstinado en su seguimiento. Y es que más allá del objetivo de éste, poco más parece importar para la película. De tal modo, los personajes secundarios orbitan alrededor de la historia principal, sin llegar apenas a desarrollarse lejos de lo fundamental. Son esbozados un romance, la relación paterno-filial y las relaciones amistad, si bien sólo llegan a eso, a meros apuntes que jamás se desligan del motivo auténtico de la cinta. Es como si el film, a imagen y semejanza del testarudo Ruettiger, no tuviera tiempo para nada más. Ni falta que hace, porque a fin de cuentas funciona correctamente tal cual, máxime sabiendo que su generosa ración de dudosa verosimilitud esta salvada porque aquello que en teoría no puede, ya ha sucedido , llegándonos al corazón y desmarcándose del dramón televisivo de media tarde basado en hechos reales que esta propuesta parece adelantar. Ayuda a espantar el aire de telefilme su correcta dirección, que sin alardes ni complicaciones logra defenderse incluso en sus nada pretenciosas ni enrevesadas secuencias deportivas -lo cual se agradece- y una excitante banda sonora que acompaña la función justo hasta el límite de lo aconsejable, dejándonos en el punto exacto previo a la lágrima de pura emoción. «¡¡¡RUDY, RUDY RUDY!!!». Inolvidable.