
Valoración de VaDeCine.es: 7,2
Título original: The Fountain Nacionalidad: Estados Unidos Año: 2006 Duración: 96 min. Dirección: Darren Aronofsky Guión: Darren Aronofsky, Ari Handel Fotografía: Matthew Libatique Música: Clint Mansell Intérpretes: Hugh Jackman (Tomás / Tom Creo), Rachel Weisz (Isabel / Izzy Creo), Ellen Burstyn (Dra. Lillian Guzetti), Mark Margolis (Padre Ávila).
Página web y Trailer
Definitivamente comprendo a la perfección cada uno de los pasos de Darren Aronofsky en su carrera como director cinematográfico. Así, tras meter la cabeza en el mundillo con un film experimental de bajo presupuesto, pero tremendamente calculado y sorprendente como fue Pi. Fe en el caos (1998), y después de alcanzar el unánime aplauso con la impactante y formalmente novedosa Réquiem por un sueño (2000), no había otra opción que buscar la épica: su propia 2001: Una Odisea del Espacio. El maestro Kubrick lo hubiera querido así. El salto al campo teológico-filosófico, existencial y esencialmente humano era justo y necesario aun a riesgo de resbalar y caer en los fangosos terrenos de la masturbación mental. El intento tiene nombre: La Fuente de la Vida.
Cerbatanas a go-gó. El conquistador en apuros.
¿Y si pudieras vivir para siempre? Científicamente, el fin de ciertas enfermedades que actualmente no tienen cura es una cuestión puramente temporal, de investigación. ¿Podría ser, en un futuro, la muerte una “enfermedad” curable? Teológicamente, desde todas las religiones se apunta igualmente hacia la vida eterna. Ejemplo: en el Paraíso existían dos insignes árboles: el de la Sabiduría y el de la Vida. Cuando el Hombre probó el fruto prohibido del Árbol de la Sabiduría, Dios lo expulsó del Paraíso y ocultó ambos árboles para siempre. ¿Y si alguien encontrase el Árbol de la Vida, la Fuente de la Eterna Juventud?
Usando estos pensamientos y mitos como mimbres poéticos, Aronofsky nos embarca en una milenaria aventura en la que conocemos, aparentemente, tres relatos diferentes, separados por intervalos de cinco siglos e interpretadas por los mismos actores: Hugh Jackman y Rachel Weisz, quienes completan un sublime y destacadísimo trabajo. En realidad, se trata de una misma historia de amor compuesta por sentimientos y retazos procedentes de las tres partes del film. Tras el argumento aparentemente enredado se esconde una única idea: la aceptación y superación de la muerte.
La encina milenaria del Valle de Alcudia.
En este sentido, resulta difícil ver como tu cuerpo se apaga, pero no menos doloroso es ver como tu ser complementario, tu amor, abandona la vida. Izzy (Rachel Weisz) padece un cáncer terminal; su marido, Thomas (Jackman), investigador médico, lucha hasta el último instante por sintetizar una cura para el horrible destino que aguarda a su esposa. Sin embargo, mientras Izzy se siente plena, preparada para el trance, Thomas es incapaz de aceptarlo. La tenaz búsqueda de una solución le impide pasar junto a su esposa los últimos momentos. Todo lo hace por Izzy, pero no es lo que ella desea, que sólo quiere estar junto a su marido aguardando en paz el desenlace. Por ello, tras el amargo final sólo habrá sitio para la angustia, el remordimiento y la sensación de culpa.
En esta terrible afectividad, apuesta Aronofsky por situaciones cotidianas para generar respuesta comprensiva en el espectador, haciendo que nos identifiquemos hasta la congoja con la enamorada pareja. Literalmente el vello se eriza al pensar en afrontar semejante pérdida.
Caricias, besos y mimitos ... eres tú mi peluchito.
Expone el realizador también gran parte de su recientemente cosechado crédito en el envoltorio formal de la historia. Las referencias teológicas, místicas y míticas pueden llegar a asfixiar el conmovedor concepto principal del film. En su imaginario particular destacan múltiples aspectos visuales y simbólicos, pero esta percepción dependerá en gran medida del grado de aceptación del espectador hacia el universo Aronofsky. Personalmente, agradezco la arriesgada propuesta, aunque el conjunto final no se acerque a su pretendido y grandilocuente objetivo. Dicen, eso sí, que las grandes metas dejan al menos interesantes registros.
Finalmente, a pesar de la dureza temática, subyace un mensaje optimista, pues agotadas ciencia y religión, la aceptación de la muerte únicamente se puede alcanzar con la humilde comprensión de que no somos más que otro ser vivo, planta o animal, cuya energía siempre permanecerá; transformada y circulante en el universo. Así, como en la muerte de una estrella su colapso genera una incomparable emisión de energía, de algún modo nosotros permanecemos, desde nuestra insignificancia, formando parte del universo. La rueda, simplemente, sigue girando.
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La amas o la odias. A mí me encanta