Película El invitado

Está claro que vivimos en una sociedad imperfecta. Sobre los gestores de la legalidad se cierne acechante la alargada sombra de la corrupción; jueces, políticos y demás entidades o corporaciones oficiales que supuestamente miran por la habitabilidad dentro de un mundo más justo han estado históricamente -y seguirán estando- en el ojo del huracán de un ciudadano de a pie cada vez más desconfiado. Si hace unas semanas Clint Eastwood nos introducía en los turbios orígenes del FBI de la mano de&nbsp, ahora un director mucho menos conocido, el chileno Daniel Espinosa, nos habla en El invitado sobre algo bien conocido en el cine: el corrupto funcionamiento interno de la CIA, la gran agencia americana de espionaje.

¿Y qué ocurre cuando un director poco conocido pero con ciertas aptitudes da el salto al gran mercado de Hollywood? Algo así como que le roban parte de su encanto; esa cláusula va implícita en el contrato, está más que demostrado y aquí es algo fácilmente constatable. Espinosa viene de realizar, en su anterior película (Dinero Fácil, ubicada en Suecia, su país de adopción), un más que correcto y bien cuajado thriller, parido a la manera europeísta, eso sí: no hay espectáculo inane, simplemente se quiere contar una historia y hacerlo sin que la pausa o el ir y venir de los personajes suponga obstáculo alguno en la narración. Todo lo contrario sucede en El invitado: se quiere contar una historia -sobre todo se quiere lanzar una crítica, aunque ésta finalmente resulte demasiado obvia-, pero lo más importante de la misma es quemar adecuadamente el presupuesto en suficientes balas, disparos y explosiones (en justa concordancia con el plantel de caras más reconocibles). Se le impide, así, desarrollar el posible discurso cinematográfico al director, por más que resuenen ecos de su virtuosidad detrás de las cámaras; la esencia está ahí, pero es mucho más difícil observarla toda vez envuelta en capas y más capas de una impositiva producción, que resulta en un lucimiento reiterativo e innecesario.

Esa explicitud formal se transmite al relato, cuyo desarrollo trunca el apunte de un MacGuffin mínimo: nuestro protagonista, Matt Weston (Ryan Reynolds), es un trabajador de la CIA cansado de su aburrida rutina y a la espera de su gran oportunidad, que le viene dada cuando tiene que hacerse cargo del fugitivo y antiguo agente Tobin Frost (Denzel Washington), perseguido sin que sepamos muy bien por quién ni por qué (es un decir). Además, la relación entre los dos personajes nunca termina de cuajar, resulta poco creíble y falta de convicción hasta bien entrado el metraje, cuando debería erigirse como uno de los pilares de la narración. Obviamente una cinta así no puede quedar sin una masticada explicación, y eso es justamente lo que ocurre. El riesgo brilla por su ausencia, y eso es algo que mina la moral del espectador más avezado.

A pesar de todo, debemos entender El invitado como un film harto entretenido, que mantiene gran parte de su interés hasta el final gracias a su endiablado ritmo y que, sobre todo, enseña al mundo el nervio como planificador de brillantes escenas de acción que atesora Espinosa, quien no esconde su parentesco estilístico -y temático- con Paul Greengrass. Y es que la fronda de los árboles no debería impedir nuestra visión del caudaloso río que se arrastra por entre ellos.