Película Los descendientes

Y a veces sentimos que el mundo gira mientras uno quedó petrificado, que la algarabía continúa ajena a nuestro dolor. Y quien estaba de vacaciones, sigue en ellas, y aquellos negocios en curso no esperan a que nos repongamos de la pérdida de un ser querido. Así de paralizado, inmóvil, quedó Matt King (Clooney), velando el coma irreversible de su mujer; con decisiones por tomar, con el idílico Hawaii asomando en las ventanas de la habitación del hospital. Hawaii, decíamos, porque Alexander Payne (Election, Entre copas) elige aquí el paraíso para filmar el infierno interior, donde el lugareño trabaja, vive y pena en medio del ambiente estival. Con esta diatriba comienza el largometraje, con la voz en off de Clooney mandando a la mierda a quien no conciba el sufrimiento en la playa.

Clooney y sus descendientes en busca del fantasma de Brian Speer

El oxímoron pues como realce de la historia, como relieve del dolor de quien ha de superar muertes traumáticas y accidentes terribles en chanclas y camisa de flores. Una contradicción, una original relocalización de la tragedia que Payne oportunamente propaga al tono y ambientación de su film: tintes de comedia, preciosa y dulce fotografía, punteos de ukeleles. En esta sutileza reside el alma de ésta Los descendientes; sumamente apacible e irónica, tan empeñada en aparentar ligereza.

Pero los acontecimientos, ajenos a esta amabilidad formal, se suceden y Matt King, abogado, padre y esposo, deberá tomar una decisión urbanística que mantiene en vilo a la isla, salir del banquillo parental para acercarse a sus hijas e incluso lidiar con una crisis matrimonial frente a un cónyuge vegetativo. Tramas, ciertamente enredadas, cuya resolución deberá surgir de la evolución global del personaje principal, en especial de la reunión con la mayor de sus hijas (Shailene Woodley, espléndida en la réplica).

De la adecuada conciliación de todos estos elementos dependerá la superación de la tragedia del atribulado marido; de un exigido George Clooney dar con la tecla exacta para tan complejo rol. Así, metido a equilibrista, a medio camino entre el tormento y el humor, frunciendo el ceño o conquistando con esa mirada risueña tan suya, el inspirado actor interioriza el mensaje, haciendo propio el agridulce espíritu de Payne y extensivo el oxímoron para un espectador cuya inevitable sonrisa se verá salada por unas aún más ineludibles lágrimas.