pelicula Hellion, el Ángel Caído

Max, un bienintencionado exconvicto se ve forzado a hacer un último trabajito acompañado de uno de sus antiguos compinches, con el fin de buscar una vida mejor que la sociedad le niega por su oscuro pasado (toma originalidad). El asunto parece sencillo en un principio: secuestrar a David, el pequeño hijo de una acaudalada señora. Pronto, comprobará que el niño es más raro que un perro verde.

Lamentable producto el que nos ocupa, en el que el director Stewart Hendler mete de lleno la cabeza en la lista de directores bajo sospecha. Cierto es que desde el punto de vista académico el film resulta formalmente válido, pero es que la falta de personalidad de cada plano unida a la escasez de innovación nos deja una horrible sensación de amalgamado deja-vú de mil películas de terror ya vistas. Alguien debería explicarle al bueno de Stewie que introducir factores de otros films sin aportar una nueva visión al asunto no es homenajear, es plagiar. ¿Era necesario que este tipo profanase a nuestro Damien de La Profecía o repetir los planos de helicóptero del inquietante (y único) comienzo de El Resplandor?

Fijénse en los matices interpretativos del melenitas. En segundo plano, el niño de La Profecía.

El guión, aunque un visionado ligero no lo descubra, no puede ser más absurdo, cargado de clichés que encadenan secuencias incoherentes que confluyen (no teman el spoiler, no lo haré, pero si lo hiciese me lo agradecerían) en un final soberanamente estúpido. Para colmo, está repleto de esos sustos absolutamente innecesarios que tanto gustan al patio de butacas sin pararse a pensar que no guardan ningún mérito. Existe un abismo entre el verdadero terror (normalmente psicológico) y estos enervantes sobresaltos.

Los intérpretes tampoco se salvan de la quema, sus actuaciones son dignas del peor de los telefilmes, aunque en descarga del reparto hemos de hacer notar que el libreto era un escollo difícil de salvar, compuesto por personajes de penoso y grueso trazo, con los que ni el más aplicado de los seguidores del Método Stanislavski podría empatizar ni comprender sus motivaciones. Aún así, los consideraremos culpables por meterse en este proyecto. O no saben leer o su agente les odia.

 

Blake Woodruff, el repelente crío, baila con lobos.

Mención aparte merece el infante protagonista, cuyo demoniaco personaje parece capaz de controlar la mente del que se le antoje, modificando el comportamiento de los que le rodean con repetitivos susurros que solo aguardan un fin: hacer el mal sin ton ni son. De puro repelente y sabiondo que es el chiquillo dan ganas de hacerlo callar para siempre, aunque sea por no volver a ver en la pantalla el gastado y pobre recurso de los susurritos.

Todos estos fatales pecados remotamente podrían pasar por alto si el film no cayese en la Soberbia. Su carácter pretencioso resulta desquiciante y actúa como potenciador de todos los males de la película, que no son pocos.

Al menos, la cinta tiene el elocuente uso de criba: si te agrada esta película, no hay duda, no te gusta el cine. Así que, mejor no busques nada novedoso, paga tu entrada para ver lo de siempre y engulle palomitas.