Película Zohan: Licencia para peinar

Ayer, en un ejercicio de introspección y consiguiente autocrítica, llegué a una interesante conclusión: mi humor es demasiado selectivo y refinado. Tal hallazgo me inundó de pleno en mitad de la sala, a oscuras y sola. El culpable de esta horripilante toma de consciencia fue un contraterrorista israelí admirador de Mariah Carey llamado Zohan, cuyas aventuras y desventuras hacían carcajear a mandíbula suelta a toda la sala mientras yo, con asombro, miraba celosa al resto de espectadores que, escena tras escena, se llevaban las manos al vientre con más gusto que dolor.

Sí amigos, y es que Zohan no da tregua alguna. En su afán por conseguir su sueño, el agente israelí de fuerza titánica y miembro viril colosal finge su propia muerte para escapar a Estados Unidos y empezar una nueva vida haciendo lo que más le gusta, cortar el pelo, o “terciopelar”, como a él le gusta llamarlo. En su odisea particular encontramos gags a un ritmo frenético que abarcan toda la gama de los marrones y verdes. Marrones por lo escatológico como ingrediente principal de la cinta. Verdes por las infinitas alusiones sexuales, principalmente al descomunal paquete del protagonista, el cual parece tener una órbita gravitacional propia ya que todo gira en torno a él. No sé si debido al doblaje en castellano o a la precariedad del guión, los juegos de palabras y demás recursos cómicos no suelen ser nada eficaces. Además son repetidos hasta la saciedad de la misma manera que un niño pequeño repite una y otra vez la misma gracia para su público adulto. La historia de amor entre el Zohan y la bella Dalia (Emmanuelle Chriqui) está increíblemente forzada, como metida con calzador, cosa que no ha de extrañarnos ya que los acontecimientos, en general, siguen escandalosamente el factor fortuito.

Sandler, Apatow y Smigel, responsables del guión, parece que se pasaron con los psicotrópicos cuando se reunieron para discutir cuestiones argumentales. Y es que la frenética sucesión de situaciones escatológicas y depravación sexual desemboca en un amago de denuncia social con fines trascendentes. Toda una osadía teniendo en cuenta el tono general de la cinta. Si se trataba de transgredir mezclando lo soez con el conflicto palestino-israelí, no me queda más remedio que considerar el resultado de burdo y simplón. El director, Dennis Dugan, sigue en su línea de siempre. No hay más que echar un vistazo a los títulos de algunos de sus anteriores trabajos, véanse La salchicha peleona(2001), Los calientabanquillos (2006) o Tres idiotas y una bruja (2001).

Adam Sandler se pasa la película meneando las caderas a ritmo de los golden oldies de la música disco y repitiendo los mismos chistes hasta la saciedad con ese cargante acento esterotípico israelí. Turturro interpreta a Fantasma, su archienemigo. Su interpretación es incalificable, ya que el personaje que encarna también lo es. Rob Schneider, por su parte, ya nos tiene acostumbrados a este tipo de interpretaciones. Los cameos de Mariah Carey y de McEnroe son tan surrealistas como el conjunto de la cinta. Todo un despropósito. Sinceramente, creo que los tres guionistas hicieron un concurso de aportar ideas chorras y el ganador fue recompensado con unas cañas, no doy crédito a otra explicación.

Aún así, como decía al principio, voy a otorgar a este cúmulo de sandeces el beneficio de la duda vistas las risotadas constantes que esta película produjo en el resto de los espectadores de la sala. Corriendo el riesgo de equipararme a Rucio he de decir que quizá la miel no esté hecha para la boca del asno. Juzgad vosotros mismos.