Película El Capitán Trueno y el Santo Grial

La industria española comete un grave error si quiere competir con el único tipo de cine llegado de los Estados Unidos que no admite comparación: ese en el que la espectacularidad es la gran baza. Ningún otro país lo intenta y la razón es muy sencilla. Siempre será un quiero y no puedo. Pero como ha ocurrido con éxito en la televisión (la pasada primavera Antena 3 programaba Hispania y a continuación Roma; el producto autóctono conseguía audiencias elevadísimas mientras que la mítica serie norteamericana tuvo que ser eliminada de la parrilla), algun productor poco avispado creyó comparables ambos medios y se gestó esta deleznable película. El ensañamiento generalizado de crítica y público con El Capitán Trueno y el Santo Grial se antoja preventivo. Es imperiosamente necesario que productos de tan ínfima calidad no vean la luz en el futuro, al fin y al cabo están parcialmente pagados con nuestro dinero.

Aunque se conciba valorar el esfuerzo realizado desde nuestras humildes posiciones, si NADA de lo que compone tu largometraje tiene el mínimo fundamento, el ridículo acude incontenible y empiezas a jugar en la liga de los fiascos históricos de nuestra cinematografía. El espectador, al que la procedencia del film le trae al fresco, probablemente no pueda más que carcajearse de lo proyectado ante sus ojos. Todo un hito. Si tuvieramos unos ‘razzies’, esta cinta aspiraría a un triunfo rotundo, algo memorable. Nadie en su sano juicio le negaría los premios de peor película, director (Antonio Hernández), actor principal (Sergio Peris Mencheta), actriz principal (Natasha Yarovenko), guion (Pau Vergara), actor secundario (Manolo Martínez), efectos especiales (Ferrán Piquer) y montaje (Iván Aledo).

Por lo visto Victor Mora, creador del famoso cómic al que esta cinta arrastra por el fango, acudió al preestreno junto al reparto invitado por la productora. Hubiera pagado por ver su cara durante la proyección, apuesto a que me recordaría a Woody Allen en Un Final Made in Hollywood. Su ejercicio de contención ante la prensa tuvo que ser antológico.