Película El Señor de los Anillos (1978)

Cuando uno se enfrenta a esta adaptación animada, lo primero que choca es su duración: 132 minutos; apenas un suspiro para encajar una de las mayores historias fantásticas jamás contadas. Al instante saltan las dudas. Y es que, obviamente, estamos ante un proyecto imposible. Así pues, pronto comprendemos que la enorme aventura habrá de quedar a medias o, lo que es casi peor, deberá seguir una línea argumental rematadamente básica, llegando a la meta a marchas forzadas sin tiempo para desarrollar la complejidad de la obra escrita de Tolkien. El resultado final confirma nuestras sospechas iniciales: estamos ante el 100% de lo primero y tres cuartos de lo segundo. La solución sólo podría pasar por una secuela en toda regla; no obstante, toda vez que ésta no llegó (si acaso podría serlo El retorno del rey para TV en 1980, pero no oficialmente), hemos de considerar la cinta que nos ocupa como un trabajo inacabado que en gran parte fracasa en sus aspiraciones.

En cualquier caso, aun entendiendo que su desarrollo queda empobrecido e incompleto a todas luces, la envergadura de la novela original hace improbable que una obra basada en ella no resulte ciertamente interesante. En este caso, el trabajo de Bakshi no es una excepción, máxime cuando éste se preocupa por ser fiel y tomarse tiempo en el principio de una historia que luce razonablemente bien narrada en sus primeros pasajes y prólogo. Cosa bien distinta será su devenir una vez sobrepasada la hora de metraje, donde, mostrándose precipitada y probablemente confusa para neófitos en el universo Tolkien, la estructura narrativa hace aguas. Pero, hasta ese punto en el que entran las prisas, el guión funciona aparentando haber servido como evidente inspiración para la colosal adaptación de Peter Jackson. Podríamos afirmar, pues, que su planificación inicial sí encierra validez suficiente, al menos como esquema cinematográfico, y que desde luego la idea de Bakshi fija una estación de partida como acercamiento a la gran pantalla de la mágica aventura de Frodo y el Anillo Único, si bien su concepción resulta demasiado oscura – incluso extraordinariamente terrorífica- para niños y muy simple para los adultos, cautivando a unos lo que repele a los otros y viceversa.

El aspecto técnico del conjunto también adolece de gran irregularidad. En este sentido, convence su sencilla pero encantadora animación tradicional, creando atmósferas, figuras y secuencias realmente conseguidas. Por el contrario, el discutible empleo del rotoscopio (usado para calcar como dibujos a personas reales sobre un fondo neutro) termina sacándonos de la trama, además de desmejorar considerablemente su estampa, sobre todo en referencia a las caóticas y aburridas batallas, plagando así el metraje de personajes muy mal caracterizados con una técnica experimental que, más que engancharnos con su pretendido realismo, acaba proyectando la sensación de pereza por dibujar, amén de auténtica escasez de presupuesto en un reto difícilmente abordable a todos los niveles.

Sea como fuere, y por las razones que se dieran, el caso es que aquí llegaron a convivir buenos mimbres y mejores propósitos, pero el intento, aunque loable, no cuajó. No anduvo lejos, es cierto, pudo quedar bien, ya que con adecuados cálculos sobre la magnitud del objetivo, y seguramente de manera más detallada mediante una planificada continuación, la adaptación hubiese hecho historia. Cerca estuvo, pero no: al César lo que es del César, y lo justo es reconocer que tuvimos que esperar a Peter Jackson para casar definitivamente cine y novela en 2001, porque lo de Bakshi, pese a encerrar bastante osadía, no pasa de tanteo y confección de un patrón para lo bueno y malo, que ya es decir.