Película Martyrs

Una gran parte del cine de terror actual parece centrarse en incomodar al pobre espectador a base de los más impúdicos tormentos sufridos por unas inocentes víctimas, las cuales, sin comerlo ni mamarlo se ven en manos de sádicas organizaciones o, en su defecto, psicópatas de todo pelaje. Es una forma de interpretación cinematográfica que, consciente de lo difícil que resulta llamar la atención de un público familiarizado a la violencia gratuita, busca la reacción repulsiva del respetable de un modo visual, utilizando el poder de la imagen como arma de provocación. De esta manera, no tiene inconveniente a la hora de exponer escenas aberrantes donde el cuerpo humano, vejado hasta límites insospechados, se muestra desmembrado, descuartizado, quemado, devorado e incluso despellejado.

La película que hoy nos ocupa es un claro ejemplo de este cine provocador e irreverente, para ello no sólo se sube al carro de las depravadas torturas que iniciaran su andadura con las sagas Hostel Saw o la posterior e interesante The Human Centipede (Tom Six, 2009), sino que oferta una absurda vuelta de tuerca más a este atípico subgénero. Así, la explicación definitiva dada en el film para exponer, sin el más mínimo rubor, escenas de tortura extrema es sencillamente ridícula, una simple y estúpida excusa para que el director francés Pascal Laugier dé rienda suelta a sus más grotescas inquietudes (qué será lo siguiente: torturar a peregrinos de la JMJ hasta que el Papa cante La Internacional o a “Princesas de Barrio” hasta que reciten Shakespeare…). Como digo, el argumento es tan insustancial que se podría resumir en este chascarrillo que me tomo la libertad de adaptar para la ocasión: (ATENCIÓN SPOILER) “Niña, te voy a estar dando leña hasta que veas el más allá, y luego… me lo cuentas”.

A pesar de todo, la película no está exenta de virtudes; y es que el impresionante realismo de la primera media hora, directo y sin concesiones, resulta sorprendente y digno de elogio. Además, gracias a un montaje angustioso y a una estética inquietante, el director consigue envolver a su obra de un aura de intriga, tan sólo mitigada en el momento que decide resolvernos el misterio. Sin embargo, es la intención de mantener una intensa e incesante tensión la causa del tambaleo del film hasta su precipitación al fracaso, pues tienes la sensación de que la totalidad de la cinta conforma un clímax constante, provocando que el reducido metraje resulte interminable. A esto no ayuda los 30 insoportables minutos finales de tortura infame y gratuita, que componen la guinda (amarga en este caso) a esta definitiva pasada de rosca con destino a ninguna parte.