Película Templario

Corre el año 1215 y algunos denominados “rebeldes” obligan al Rey Juan de Inglaterra a firmar la conocida Carta Magna, que le hace perder su pleno poder como gobernante de la nación; de esta manera, se pretende rebajar su actitud déspota y vil para con sus paisanos. Sin embargo, éste desdice su rúbrica rodeándose de un ejército de daneses y, aprovechando sus buenas relaciones con el Papa de Roma, les chantajea para que le ayuden a efectuar una venganza sobre aquellos que le traicionaron, quienes se encuentran atrincherados en el castillo de Rochester, símbolo de la resistencia. Entre ellos se haya un templario; el más vigoroso de todos.

Esta es la historia que nos cuenta Templario. Seguramente no será del todo fidedigna con respecto a la Historia, pero tampoco lo pretenderá, ya que, como la mayoría de las últimas incursiones cinematográficas en el Medievo, se trata de una ficción que se contextualiza en esa época para dar salida a una crónica mucho más pequeña y que se fija en un personaje particular y en cómo éste puede simbolizar la lucha por la supervivencia en tan difícil coyuntura; en este caso particular, el de un templario que pone orden y concierto en medio de semejante fango, situándole como un auténtico héroe, aun sin indagar absolutamente nada en el significado de su figura histórica.

Y es que el realizador Jonathan English (quien también co-escribe el guión) parece querer esforzarse únicamente en retratar el aspecto sucio, miserable, bárbaro y sin compasión, lleno de traidores y almas que se dejan vender, que imperaba entonces. Desde un ámbito puramente visual, ciertamente lo consigue, en base a un acertado diseño de producción que afea el tono fotográfico general del film y, sobre todo, a la filmación de unas batallas que suponen el verdadero cuerpo de la cinta, tomadas en medio de la acción -a riesgo de mostrar un bailoteo de la cámara que desconcierta al espectador momentáneamente, si no es eso precisamente lo que se pretendía- y dotadas de una extrema violencia, mostrando desmembramientos y partes de los cuerpos cercenadas, así como chorretones de sangre a raudales, que prácticamente salpican al espectador por esa cercanía en la toma; probablemente un reflejo cercano a la dura crudeza que se vivió en la realidad. Sin embargo, y toda vez conocida la barbarie presente, se desperdicia el resto de la trama para indagar, aunque fuera mínimamente, en los personajes que la pueblan; ni siquiera los principales salen bien parados, y su psicología se ve reducida a la que muestran en el campo de batalla. Los apuntes de amor, que siempre parece que tengan que aparecer en esta clase de producciones, están muy mal trabajados, y la configuración de algunos protagonistas es muy básica, como la del mismo templario, extraordinariamente parco (y James Purefoy, por tanto, más que contenido), o la presencia del Rey Juan, que bordea el ridículo en su obstinada simplicidad sanguinolenta y vengativa, sensación reforzada por un Paul Giamatti salido de madre.

Templario adolece en su narración de demasiados tiempos muertos que no hacen avanzar el relato hacia ningún lugar concreto, es por eso que genera la impresión de ostentar un cierto estatismo, que anula en gran medida su capacidad de generar tensión. No es una cinta del todo fallida, ya que en mitad de su inanidad presenta algún momento que rescata aquélla sensacion, que logra imprimir un ligero matiz de humanidad al conjunto, pero son secuencias que funcionan como el mismo castillo de Rochester en donde se desarrolla la práctica totalidad del film: una fortificación en mitad de la nada, que sin duda acabará cayendo.