Película El Inocente

Michael Connelly publica novela criminal a ritmo endiablado: una al año desde comienzos de los noventa. Una locura. Su prestigio en Estados Unidos es indiscutible, tal que resulta extraño que Hollywood no haya clavado la mirada en tan ingente obra como fuente para nuevas películas. Probablemente ocurra que el thriller judicial se ha convetido en un terreno atendido casi exclusivamente por la televisión en las decenas de seriales que pueblan nuestra parrilla y ya no haya una demanda real en formato cinematográfico. Sólo Clint Eastwood, con Deuda de Sangre, había adaptado a Connelly para la gran pantalla antes de la llegada de El Inocente. Sea como fuere, los amantes de las historias de picapleitos con traje, corbata e hipnótica verborrea encontrarán aquí un bocado apetitoso que llevarse a la boca, mucho más de lo esperado por un trailer bastante pretencioso, se lo aseguro.

Atractiva sobre todo como intrincado puzzle a comprender y completar a lo largo del metraje, la cinta adquiere su enjundia del certero esqueleto argumental de The Lincoln Lawyer, la primera de las novelas publicadas por Connelly con el personaje de Mickey Haller como protagonista: un ambicioso y extravagante abogado de Los Ángeles que usa su coche como despacho para no perder ni un segundo entre vista y vista y al que la planta de Matthew McConaughey va que ni pintada. Tras un chivatazo de un contacto en finanzas, el exitoso letrado defenderá a un joven multimillonario implicado en un intento de agresión. El caso, como no podía ser de otra manera, se complicará sobremanera.

Desde el punto de vista cinematográfico, el casi debutante Brad Furman no deja poso alguno con un monótono trabajo de dirección, casi de pequeña pantalla, que se limita exponer del modo más ordenado posible el desarrollo de la trama, muy entretenida a pesar de lo estrambótico de algunos de sus recovecos. Si los esguinces del argumento vinieran acompañados además de una adecuada progresión dramática de los personajes envueltos en él, todo sería incluso más cabal. Porque McConaughey es creíble, pero es el mismo abogado sobrado con todo bajo control al principio de la cinta, en medio del (supuesto) trauma y al final, por mucho bourbon que se meta para el cuerpo. Y de Ryan Phillippe, la otra columna del argumento, sólo cabe mencionar que directamente no le llega la camisa al cuello desde el primer minuto. A su alrededor, con poco peso específico, puros peones de la historia, pululan actores como Marisa Tomei, William H. Macy o Bryan Cranston sin que su eficacia evite que el apartado interpretativo sea una de las carencias del film.

El Inocente fue probablemente concebida para competir con Sospechosos Habituales en audacia. Ciertamente no vuela tan alto, pero la película sí aguanta la comparación con, por ejemplo, Las Dos Caras de la Verdad, por mucho que la diferencia entre Phillippe y Norton, aquel actor superdotado que debutaba al lado de Richard Gere, sea abismal.