En un pasado no tan lejano, el estatus social femenino solía ser directamente proporcional al de su marido que, normalmente, orgulloso de otorgar una posición privilegiada a la susodicha, tendía a confinarla en el hogar cual novísimo electrodoméstico o sofá de diseño con el combinar el resto mobiliario. Hablo de la denominada “mujer florero”, un icono cada vez más obsoleto pero que sin embargo se resiste a la completa extinción.
François Ozon en este nuevo film se encarga de reavivar la llama de esta estereotípica figura ubicándola en un completo retrato ético y social de los 70, época convulsa en la que los bigotitos y la pata de elefante decoraban un incipiente sindicalismo y una liberación sexual que hasta entonces había permanecido oculta en terreno clandestino. Catherine Deneuve encarnará a Suzanne Pujol, abnegada y sumisa esposa que, por circunstancias del destino relevará a su despótico marido en la fábrica de paraguas que dirige. Un Depardieu bienintencionado, casi ingenuo, se convertirá en el contrapunto de la misma con el rol de alcalde tendente a la izquierda, siendo éste principal responsable de los diálogos más brillantes del conjunto.
El realizador, ácido tanto en su sátira como en los colores de su fulgurante fotografía y vestuario, nos ofrece una visión dual de cada personaje. A medida que la trama avanza, los personajes van revelando su verdadera naturaleza, descubriéndonos nuevos e inesperados matices que nos incitan a una mayor o menor indulgencia a la hora de juzgar sus acciones.
No obstante, la extravagante complexión de esta historia no transgrede mucho más allá de una sana y mordaz caricatura que, en lugar de tomar derroteros psicológicos y transcendentales, opta por una encantadora y liviana simpatía envuelta en una estética kitsch muy divertida. Una cinta fresca y jovial que desde el primer momento cautiva y que conforma una tortilla de ingredientes deliciosos pero…, eso sí, muy, pero que muy francesa.