Película Torrente 4: Lethal Crisis

¡Olé Segura!, bravo por él. Como empresario digo, y centrémonos en el verdadero tema, porque hay que ver cómo conoce nuestro país y el momento cultural que parece vivir buena parte de él. Aceptemos que Santiago nos metiera un gol con la segunda entrega; al fin y al cabo, nadie podía esperar un bajón tan pronunciado respecto al original. Ahora bien, compatriotas, a partir de aquello no tenemos perdón alguno. No consigo entender cómo hemos permitido que este amiguete reviente la taquilla con cada ¿película? que estrena. Bueno, la verdad es que sí tengo una teoría. La clave puede darla esa gracia que nos hace ver a nuestros colegas en la tele…, sí, como en los vídeos de bodas o carnavales, donde las caras conocidas y sus chascarrillos son suficiente reclamo como para retenernos frente a la pantalla. Pues bien, creo que el atracón televisivo y el empacho de famoseo ya nos han hecho bastante pupa en el cerebro. Tanta como para convertir esos rostros de la caja tonta en cuasi amigos o familiares de igual grado. Sólo así se puede aceptar que una sala de cine se parta de risa con la simple aparición de Belén Esteban, aun sin gag cómico; y como de su cameo hablo de los incontables que conforman este inconexo producto casi desprovisto de trama. Pues eso, que sí mi reportaje de comunión no podemos aceptarlo como cine, aunque también tenga su reducido público potencial, hemos de convenir que este ejercicio a mayor escala tampoco lo es. Entiendan que oriente mi reseña sobre Torrente 4 en este sentido, pero es que apenas siento de qué hablar cuando no tengo delante una película, sino más bien un truño televisivo sin el menor interés artístico.

Pero esperen; no hemos acabado con el análisis sociológico, única razón de ser posible de este texto. Todavía cabe preguntarse cómo, una vez comprada la entrada para ver conocidos, puede alguien con un mínimo de inteligencia y formación dar por bueno el humor propuesto por Segura en esta ocasión. Y ya no hablo sobre la dignidad del medio cinematográfico, sino del mismísimo fenómeno de la hilaridad. Y es que en esta nueva secuela se sobrepasan todos los límites de lo asumible, y no sólo respecto al mal gusto, que a fin de cuentas es el santo y seña del personaje, por muy trillado y deformado que se vea después de cuatro envites. Me refiero a la frontera de la simpleza; al caca, culo, pedo, polla y pis que impera en el trazo grueso de una repetitiva comedia que pierde el respeto, y quizás con razón, a un público complaciente ante semejante calco y recalco de sinvergonzonerías e insultos varios.

Resulta triste y desolador que esta cinta haga historia en nuestro cine, más si cabe cuando, como dije, no acierto a enmarcarla dentro del séptimo arte. Sólo nos queda rendirnos ante Santiago Segura. Él como nadie ha sabido exprimir una sociedad que ya está preparada para aceptar a Paquirrín como actor; para reírse de absolutamente cualquier chorrada sin elaborar, y por partida múltiple. Hay quien habla del actual Torrente y su universo como espejo de nosotros mismos. Es posible, en cierto grado, pero permitan que me excluya de este reflejo. Puede que realmente sí haya dos Españas, al menos culturalmente. Piensen en cuál se sitúan ustedes, ¿en la que aprecia la participación de Ana Obregón, o bien en la que ha visto en Yon González la única noticia positiva de este bodrio? Defínanse ustedes mismos. Aquí no se señala a nadie. Cada uno ya sabe dónde está.

Y por cierto, lo del 3D… ¿hace falta que lo comente? Pues eso: otra engañifa más. Y es que aquí Segura no se desmarca ni es pionero en eso de cachondearse del público con el suplemento en la entrada. ¿Hasta cuando este horror tridimensional? Basta ya. Un respeto, por favor. Claro, que con estas demostraciones en taquilla es de locos pedirlo. Tenemos merecido todo lo que nos venga.