Película En tiempo de brujas

Exhibiendo una estructura narrativa propia de videojuego, y con efectos visuales en la misma línea, la última película protagonizada por Nicolas Cage confirma que su carrera se va por el sumidero. Estamos convencidos de que cualquier día volverá a leer los guiones que le llegan, pero por ahora, Don Erre que Erre, este hombre sigue cavando su tumba artística a base de títulos que quizás siempre le acompañarán en el recuerdo. El caso es que, sin embargo, es un hecho que Cage aún conserva su tirón comercial, eso sí, cada vez por menos tiempo, debiendo éste considerar que cuando decida elegir sus papeles a lo peor ya no hay quien le ofrezca algo digno. De momento su participación probablemente asegure cierto recorrido a películas como ésta, no obstante cada día somos más los que automáticamente sospechamos del pelaje de cualquier largometraje acaudillado por este intérprete tan desconcertante como irregular. En esta ocasión tampoco nos equivocamos al dudar: se ha enrolado en otro nefasto batiburrillo, ahora de espada y brujería.

Cage revisa su nómina. No le cuadran las dietas

Pero centrándonos en la cinta en sí, una aburrida y plana aventura del Medievo, queda patente que ésta apenas encuentra cómo escapar de la hoguera. De todos modos tampoco cabía esperar mucho de su director, Dominic Sena, un alma en pena hace tiempo anclado en la absoluta insulsez. De hecho, el aspecto casposo en su promoción ya avisaba del escaso empaque de esta acartonada función. Si acaso, y pudiendo generar alguna extraña simpatía, apostaría que sus nulas aptitudes -las cuales hacen difícil un análisis medianamente serio- le permitirán pasearse entre cinéfagos y videoclubs sin levantar demasiado ruido crítico. Y es que estas historias de caballeros siempre han tenido gancho entre el gran público, más si se cuenta con una estrella que encabece el cartel.

Nicolás de ronda. La moza se contiene tras la reja

Relato simplón y torpemente presentado, aparte de condenar las Cruzadas y revolotear sobre la clásica asociación diabólico/femenina (Claire Foy, agradable descubrimiento), pocos apuntes interesantes podemos extraer de él. No mejora el asunto en la realización, donde la tosca caracterización y una dirección bastante descuidada hunden este aborto de blockbuster en la más profunda mediocridad. Si a todo ello sumamos su grosero acabado digital y un tono épico sencillamente irrisorio, nos queda un impersonal y aparatoso producto del que se cuenta que ha costado 40 millones de dólares. Mejor sería no tener que airear las cifras. Al menos en el marco de la serie B encontraría el consuelo de quienes siempre buscan los tres pies al gato entre el cutrerío y una modestia demasiadas veces sobrevalorada.