Películas El Hombre Que Nunca Estuvo Allí

Una barra de rayado oblicuo y tricolor gira hipnóticamente como característico reclamo de una peluquería. En su constante movimiento, el representativo ítem también sirve a los Hermanos Coen como prefacio iniciático a la fascinante intriga de El Hombre Que Nunca Estuvo Allí; el oscuro relato en primera persona de un barbero callado y hermético que, por tan sólo una fatídica ocasión, se dejará llevar por su intuición empresarial, algo no muy acorde con su gélida naturaleza, tan alejada de cualquier tipo de emprendimiento.

Y si el refrán recordaba al zapatero la conveniencia de ceñirse a sus zapatos, bien hubiera hecho el peluquero en aplicarse el cuento. Así, sumido en el ajeno y tenebroso terreno de la extorsión, las complicaciones llevarán al pobre diablo hasta la tan hitchcockiana teoría del falso culpable, esta vez paradójicamente dada la vuelta cual calcetín y, sin embargo, historiada aquí con menor concesión a la comicidad, entroncando en su estilo y narrativa con el cine negro; negrísimo cabría añadir.

Porque los Coen siempre mostraron la influencia del mejor noir en su filmografía, pero fue en El Hombre Que Nunca Estuvo Allí donde decidieron tangibilizarla en un crudo blanco y negro, elegantísimo en su ambientación, sugestivo en sus claroscuros, fruto de la inquebrantable y esplendorosa alianza de los hermanos con Roger Deakins, genial fotógrafo de la práctica totalidad de sus filmes y siempre único a la hora de aprehender una época en imágenes palpables.

En su sosegado y armonioso desenmarañar, envuelto en profundas y lentas caladas a un cigarrillo y no exento de la sutil marcianada, la impronta propia del par de cineastas se graba paulatinamente, tan diferente y sin embargo semejante a la de otras de sus obras; reconocible en todo caso, he ahí el enorme mérito, provecho de una habilidad calculadísima tras la cámara e innata ante el folio en blanco, portentoso binomio.

Billy Bob Thornton, cuyo mutismo contrasta con el parlante embuste que le rodea, pondrá rostro al barbero, voz a la introspectiva narración y las subyugantes maneras del eterno perdedor a un personaje inolvidable, bastardo de Bogart; de calma condición también, pero infinitamente menos lúcido que aquél. Así, mientras el icónico y paradigmático antihéroe manejaba cualquier enrevesada situación bajo su moralidad ambigua pero honorable, el hombre que nunca debió estar allí será quieta marioneta del irónico destino, superado por unos acontecimientos que él mismo no esperaba y por las terribles consecuencias derivadas de los mismos.