Película I’m Still Here

Casi resulta grosero otorgar una puntuación numérica a esta singular pieza. Es más, difícilmente podemos analizarla en base a los criterios convencionales. No obstante, y a sabiendas de incurrir en una terrible vulgaridad, intentaremos adaptarnos a este experimento cinematográfico sin precedentes.

A estas alturas todos conocemos la sorprendente historia reciente de Joaquin Phoenix: año 2008. Tras obtener su enésimo éxito con Two Lovers, el actor anuncia su retirada del cine para dedicarse al hip-hop, una actividad para la que apenas tiene talento. Como compañero de viaje y cámara en mano, su cuñado Casey Affleck recogerá sus primeros pasos en la música, filmando la catarsis autodestructiva de una estrella extinguida y demencial. Así, testigo de sus fracasos y excesos, este film documenta el desastroso sendero de un Phoenix de aspecto insalubre.

Sin embargo, cuando ya todos asumimos su triste ocaso, y justo antes de plantarnos ante la morbosa exhibición de otro juguete roto, ahora topamos con la esencia del proyecto: todo ha sido una interpretación extrema de Phoenix, y, por consiguiente, el documental es en gran parte falso, irrumpiendo este conjunto -performance/película- en el terreno de la genialidad y la excitante fusión cinematográfica entre el puro arte conceptual y el de acción, interesándose más por el proceso creativo y sus ideas que por la obra concluida. Y es que el valiente trabajo del actor salta desde el séptimo arte hasta provocar e invocar reacciones más allá de la pieza (el documental en este caso), extrapolando su personaje ficticio a la vida real, pero con la peculiaridad de estar éste construido -o mejor dicho, deconstruido- sobre sí mismo, elemento sensacional y diferenciador con cualquier similar, incluidos el Borat y Brüno de un Sacha Baron Cohen que en ningún caso defenestra su propia imagen ante el mundo.

Pero volviendo al usual análisis y la trivialidad que supone separar I’m Still Here de su contexto, es cierto que el mayor mérito de la obra queda fuera del film, resultando una cinta medianamente disfrutable, desde luego trágica y a la vez descacharrante, pero evidentemente ordinaria si obviamos la experiencia general. De tal modo, su casera realización, obviamente pretendida, apenas traspasaría la barrera de la gamberrada políticamente incorrecta si no se viera apoyada por la gloriosa interpretación de Phoenix, sobre todo lejos del guión que él mismo y Affleck diseñan para los momentos en la intimidad, secuencias éstas menos valiosas, aunque también significativas, que las improvisadas por el metapersonaje en sus escandalosos actos públicos.

Crónica del ángel caído ante la fama, esta tragedia parece inspirada en autocombustiones como la de Jim Morrison. Sin embargo, por encima de inventar y protagonizar su propio batacazo, Phoenix martillea con una dramática lectura sobre la imposibilidad de escape ante los prejuicios establecidos. Su arriesgada provocación ha vertido y seguirá vertiendo ríos de tinta entre su gremio y el público; no obstante, todas estas respuestas no son sino una parte aún importante de tan insólita creación; un complejo y elaborado ensayo que sólo el tiempo pondrá donde merece.