Película Más Allá de la Vida

Todas las religiones coinciden en la aspiración a un más allá tras esta vida. Particularmente, lo entiendo como una necesidad existencial; como una vía de escape ante ese horror de pasar del todo a la nada, un concepto que el agnóstico sí asume como parte del binomio vida/muerte. El hecho es que, empíricamente, el apagón de luces no ha encontrado oposición en toda la Historia. Así pues, por lo que sabemos hasta la fecha, una vez acabada la función sólo aguarda el vacío eterno.

Sobre guión de Peter Morgan, con esta ficción Clint Eastwood nos sitúa en el sendero de lo sobrenatural. Para ello recoge todas las opiniones posibles al respecto, y, si bien queda claro el carácter celestial del conjunto, el director logra alejarse de los grotescos recursos que suelen acompañar cintas sobre contactos espirituales y médiums. Por consiguiente, aquí observamos una realización sobria y sosegada, acentuada con ese tono melancólico tan personal en el cineasta. En ella, claramente manifestada en su clasicista puesta en escena, la obra encuentra sus mayores virtudes. Tal es así, que la naturalidad en el fluido de su propuesta llega incluso a extrañar. Sin embargo, ésta demuestra ser una cálida presentación cinematográfica de experiencias cercanas a la muerte, así como de comunicaciones con seres perdidos, todas ellas mostradas tan ciertas como la vida misma en esta entrañable película.

¿De verdad eres hija biológica de Ron Howard?

Haciendo gala de una notable dirección e impecable factura visual, que además se engalana con una deslumbrante secuencia catastrofista -aunque se vean las costuras digitales-, este melodrama no obstante debe apechugar con sus patentes carencias estructurales y narrativas. De esta manera, pese a sorprender gratamente en sus austeros contactos con el más allá, esta sencillez acaba por empapar en demasía el acabado. Y es que de las tres subtramas destinadas a fusionarse, sólo una de las historias goza de verdadero empaque cinematográfico: la del médium que da sentido al desarrollo místico, en la cual encontramos un fascinante personaje y variadas lecturas sobre su don y maldición, hechizo y soledad, resplandeciendo la sublime relación entre Bryce Dallas Howard y Matt Damon, ambos soberbios en unos minutos de oro capaces de sintetizar el sello Eastwood en pantalla. El resto de narraciones, una de ellas construida sobre la lágrima fácil y la otra orientada a esbozar una ridícula conspiración, se dejan atrapar por el excesivo subrayado emocional, los burdos atajos y la caricatura de falsos espiritistas y demás mitos e ilusiones persecutorias del esoterismo más convencional.

En cualquier caso, es la colisión de sus tres relatos la gran decepción de una cinta que, hasta bien adelantado el metraje, mantiene el nivel de interés por un desenlace que risiblemente termina resultando vulgar y poco sutil. Todo ello, sumado a la ausencia de más especias que inviten a rememorar la película, consolida una obra menor de un honesto director que llega a absorber, e incluso seducir por momentos, pero que se ve incapaz de entusiasmarnos con este material. Así pues, firmando un trabajo muy pobre en matices, Eastwood vuelve a auto-lastrarse con otro guión inferior a su talento. Una pena. Ahora que se agota el tiempo, la elección de historias debe ser el gran reto de este cineasta de estratosférica capacidad tras las cámaras. Deseémosle la mejor de las suertes en ello. Todos saldremos ganando.