Película Drácula (1958)

La Hammer tuvo una importancia capital en el cine de terror durante las décadas de los 50 a los 70, suponiendo una revitalización total del género. La productora inglesa volvió a dar vida a unos personajes que, décadas atrás, ya convirtiera en legendarios la Universal; de esta manera, Frankenstein, el Hombre-Lobo y por supuesto Drácula volverían a la gran pantalla, pero esta vez en color y con un aspecto totalmente renovado. La película que aquí nos ocupa es, sin duda, la mejor obra de la Hammer y, como consecuencia, también de su mítico director Terence Fisher, así como la más destacable representación de las sagas de horror que llevaron al éxito a la afamada productora. Drácula constituye la segunda incursión en el género de terror de la Hammer, después del punto de inflexión que supuso la pionera La Maldición de Frankenstein, dirigida por Fisher un año antes.

El realizador inglés no sólo se contenta con imprimir color a su película, sino que consigue dotar de una ambientación y una estética muy particular que desde ese mismo momento caracterizarían al resto de cintas de la Hammer. Pero más allá de la composición formal, seguramente sería su inculcado aspecto sexual una de las mayores señas de identidad del director y la productora, considerando el mordisco del vampiro como esa metáfora del acto sexual que siempre ha significado, pero en este caso observada como una alegoría mucho más marcada y provocativa.

Fisher se aleja de todo elemento romántico y construye una versión completamente libre del célebre vampiro de Stoker, dotándole de unos matices muy diferentes a los vistos hasta la época. De esta manera se reinventaría el personaje de Drácula, el cual es mostrado más salvaje y brutal, muy lejos del noble caballero con modales exquisitos presentado por la Universal. El encargado de inmortalizar al monstruo sería Christopher Lee, quien junto con Béla Lugosi es recordado de forma indeleble en la memoria colectiva como uno de los grandes intérpretes del famoso vampiro. También inolvidable sería la actuación de Peter Cushing como el Dr. Van Helsing -el auténtico protagonista de la función-, quien, representando al hombre encargado de dar caza al temible monstruo, se muestra más cercano al científico que al héroe, utilizando la razón y la fe como máximas aliadas en la lucha contra su horrible enemigo.

A pesar de lo ingenuo y exagerado que puede resultar por momentos el guión, el director sabe atraer el interés del espectador con su magistral puesta en escena y lograda atmósfera, a lo que debemos añadir el ritmo trepidante que logra imprimir a su obra. Así pues, ésta es mostrada como un entretenido y terrorífico relato de aventuras, en gran parte alejado del ambiente mucho más dramático de la novela y de anteriores versiones cinematográficas.

En conclusión, pese a evidenciar negativamente el ineludible paso del tiempo, y habiendo perdido mucha de la fuerza y carisma que debía tener en la fecha de su estreno, Drácula sin embargo continúa irradiando un entrañable encanto y esa fascinación que logra subyugar a cualquier aficionado al cine, resultando un clásico del terror imprescindible para los amantes del género.