Película A serbian film

El cine como herramienta de representación llevada al extremo. Eso es lo que significa, en última instancia, A serbian film, la más que polémica película del pasado año 2010. Curioso que una cinta de estas características, realizada en el más absoluto anonimato, surgida en un país sumido en el caos social, político y económico, con la única posibilidad de ser vista en festivales independientes con parrilla tendente al riesgo, y sin atesorar un gran valor artístico en sus entrañas, haya sido capaz de generar todo un (enriquecedor) debate a su alrededor, por culpa de su condición de pieza agresiva e hiriente con respecto a una serie de elementos que atañen directamente a la condición humana.

La raíz de la polémica viene a partir de su prohibición en la pasada edición de la Semana de Cine Fantástico y de Terror de San Sebastián, tras la denuncia de una asociación católica que provocó la orden de suspensión cautelar de su proyección por parte de un juzgado. La reflexión a seguir es clara e inmediata: aun teniendo en consideración la brutalidad de alguna de las imágenes que recorren la cinta, ¿es lícita la censura de la obra, sea esta más o menos artística? ¿Acaso hay en la FICCIÓN una línea roja que se debe impedir traspasar? Entonces, ¿por qué la REALIDAD más cruda -que sin lugar a dudas siempre acaba superando a aquélla, como bien reza el dicho-, esa que los telediarios de las tres de la tarde se ceban en mostrar a base de imágenes cruentas en ocasiones sin editar, no se pone en tela de juicio incluso a pesar de su exhibición en horario restringido, expuesta así a la inmaculada visión de los más pequeños? Es una más de las grandes contradicciones surgidas en el seno de esta sociedad manifiestamente hipócrita a raíz de este tema, magnificado por algunos medios de comunicación supuestamente progresistas que con sus prejuiciosas opiniones acaban emparentándose con esos colectivos reaccionarios que albergan la temible esperanza de devolvernos a los tiempos de la caverna, dictándonos lo que debemos y no debemos ver, con el único objetivo de fomentar la idiotización del ser humano y su sumisión ante el poder fáctico.

Cualquier obra de arte es concebida en un contexto determinado, del que es presa inexcusable, y su valoración por tanto no puede desatenderse del mismo. A serbian film no es diferente, y ya desde su mismo título deja bien clara su identidad, la cual corresponde a la de un país maltratado por la guerra y la barbarie, por el permanente enfrentamiento interno, por la ausencia de estabilidad y el reinado de la locura… Srdjan Spasojevic es uno de los hijos de esa coyuntura, y con esta película ha querido plasmar una tremebunda alegoría de la sociedad que le ha tocado vivir; un impulsivo y desbocado puñetazo ensangrentado contra la injusticia, el miedo y la represión que la historia reciente de Serbia ha causado contra él y los suyos; una suerte de exorcización de los propios demonios personales que requería de la misma fuerza y violencia con que se había ido acumulando en su interior, prácticamente hasta explotar. Una catarsis.

Y qué mejor tema que el de la pornografía extrema y las snuff movies para representar todo cuanto la afectada mente del director imaginaba; la anulación de la identidad personal y los impulsos sexuales del individuo están íntimamente ligados a la dominancia y se sirven para su vehiculación violenta en pantalla. No es casual, pues, que el protagonista (un antiguo actor porno de renombre) se vea tentado por la filmación de un nuevo trabajo misterioso, que le ayudará a solventar su maltrecha economía familiar; necesidad y una pizca de morbo por el afán de poder, todo suma.

Sin embargo, y a pesar de su interesante premisa inicial, el film no consigue incidir lo suficiente sobre su premeditado aspecto metafórico -y cuando lo hace, como en el monólogo del personaje del productor frente al protagonista, cae en la superficialidad más trillada, adornada, eso sí, con un punto de locura verborreica pseudopropagandística-, cediéndose a los impulsos más bajos y viles, ante una serie de imágenes atroces y que definen la peor vertiente del ser humano, ciertamente difíciles de contemplar a pesar de no caer en la explicitud, lo cual le hubiera supuesto la ruina artística y comercial. En su haber, es consecuente con su mensaje y lleva su espiral de locura hasta un final desolador y trágico como pocos, perfectamente nihilista.

Finalmente, es en la visualización de ese mundo horripilante que Spasojevic pone en pantalla donde la película gana enteros. Apropiándose de una estética sórdida que curiosamente lo es más en los pasajes normales que en las escenas pornográficas -donde impera un filtro de pulcritud escenográfica que limpia la conciencia de los verdugos en favor del “arte cinematográfico” de su propuesta fílmica interna, a la vez que intimida y deja desnudo al espectador frente a lo que observa-, el realizador serbio logra capturar con su cámara la opresión y el nerviosismo que rodean al protagonista, su situación de delirio extremo, y las aberraciones que comete son acompañadas de una atmósfera musical ruidosa, desagradable y demente, en consonancia con las imágenes. La frialdad y oscuridad de la ambientación se deben a una fotografía apagada y tendente al claroscuro subrayador, confiriéndole un aspecto estilizado y ciertamente cuidado. Por contra, en lo que a la narración se refiere, hay un decaimiento de la misma a mitad del minutaje, y aunque el recurso a los flashbacks reveladores es acertado, su montaje no corre a la misma velocidad que la agresividad de lo mostrado. Además, hay evidentes fallos técnicos y algunos aspectos de puesta en escena claramente mejorables, pero no debemos olvidar que nos encontramos ante la ópera prima de su autor.

A serbian film es ya, prácticamente, una película de culto. No es de extrañar, puesto que cuanto más se pretende ocultar algo, más ganas nos entran de mirarlo; la curiosidad es un sentimiento inherente al hombre. No es una buena película, pero sí es lo suficientemente decente a nivel técnico y valiente desde el punto de vista argumental como para que sea tenida en cuenta y, por supuesto y como mínimo, deberíamos tener la posibilidad y el libre derecho a elegir verla, dejando muy claro de antemano que no es apta para estómagos débiles. No dejará indiferente a nadie, de eso ya no cabe ninguna duda.