Raphael puede estar tranquilo: su tamborilero, el del “ropopompón” de cada Nochebuena, seguirá siendo el más destacado en esta Navidad también. Y es que esta discreta película, pese a partir de la historia del tambor de Bruc, parece más interesada en una descerebrada persecución del protagonista que en aquella mítica derrota de Napoleón en Montserrat. Una decepción, la verdad, ya que cinematográficamente esta leyenda bélica da para bastante más que un simplón “Ballesta Acorralado”. De hecho, no es ésta la primera adaptación a la gran pantalla de tal hazaña. No obstante, y entendiendo la tosca acción como única razón de ser de esta cinta en particular, habremos de conformarnos con un efectista pero atractivo flashback sobre la batalla y muy poco más. Lejos de ese rápido repaso histórico, que por cierto tarda bastante en llegar, apenas sí vislumbramos lo sucedido entre el tambor, la montaña y el orgullo herido de los franceses.
Pero volviendo al verdadero motivo de la cinta, la pena es que ni siquiera éste sea capaz de concretarse con demasiada pericia. Así, mostrando las costuras en sus mejorables secuencias de acción, este refrito con aires de Rambo -y más de un guiño a Depredador– queda muy apartado del músculo de sus notables referentes, evidenciando que para ponerse duro hay que dar la talla en producción. Sin embargo, aunque nos pese en España, hemos de reconocer que este género nos sigue viniendo grande, por mucho que lo ninguneemos evocando a unos Schwarzenegger y Stallone que, en cualquier caso, le pegan mil vueltas a Juan José Ballesta en esto.
Definitivamente instalados en una historia de supervivencia en la montaña, Montserrat acaba por ser otro personaje a la fuerza. Tampoco es que tenga mucho mérito conseguirlo. Al fin y al cabo esta película parece nutrida del “a vista de pájaro” emitido sobre la zona. De todas formas no vamos a negar que la fotografía tiene cierto encanto. Ahora bien, un poco de mesura en esta repetición de planos tampoco hubiese estado de más. Y hablando de reiteración, no puedo cerrar sin mencionar lo cansino de esta eterna caza al tamborilero. Porque yo entiendo que los torpes gabachos, que siempre nos han tenido un poco de manía, encuentren dificultades para cargarse la leyenda de este don nadie que les calentó; pero lo que no me creo es que sean tan nulos persiguiendo al chaval. Claro, que si hubieran aprovechado alguna de las múltiples ocasiones para matar al españolito el tema se acaba en 15 minutos y tampoco es plan.
Total, que estirando el metraje hasta lo imposible, ya al filo del aburrimiento, su guión se pone de un tópico que asusta para liquidar al destacamento napoleónico; esto es, en orden inverso a su peso en la trama y pereciendo en emboscadas, primero caerá el bruto, después el lugarteniente, más tarde el rastreador e incluso ese enemigo que más bien tiene cara de querer ir con los buenos de la peli. Vamos, que sin querer salir de convencionalismos, el jefe lo dejamos para el combate final, siendo éste por supuesto vencido cuerpo a cuerpo durante un desenlace que pudo adelantarme, sin mayor esfuerzo, mi anónimo vecino de butaca. Poca cosa para gastarnos siete eurazos antes de la cuesta de enero, ¿no les parece?