Película 800 balas

Siempre movido por el corazón, Álex de la Iglesia es un director fundamentalmente enamorado del séptimo arte. De hecho, el cineasta vasco se muestra como un verdadero apasionado en el sentido más amplio y menos excluyente de éste. Sólo así puede entenderse que cualquiera de sus obras, por fallida que alguna pueda parecer, logre como mínimo la cómplice simpatía de los más cinéfilos. Con 800 balas esta circunstancia se hace especialmente patente. Nadie va a negar que esta extravagante tragicomedia no cuaja. Del mismo modo, sería de necios no pedir mucho más que sanas intenciones y pulcritud técnica a un realizador con talento. Sin embargo, pese a evidenciar una palpable desorientación cómica durante su irregular desarrollo, es igualmente irrebatible que esta película tiene alma.

Intensa, aunque a lomos de la inverosimilitud más despreocupada, esta estrafalaria cinta levanta un encariñado homenaje al spaghetti western almeriense. Así, diseñando con destreza una atmósfera crepuscular, Álex de la Iglesia nos conmueve con su resistencia a olvidar aquel mundo de ilusiones. El mágico desierto de Clint Eastwood y Leone; el de tantas y tantas producciones rodadas bajo su calcinador Sol. Pero sobre todo, el de ese puñado de figurantes y especialistas que, encandilados con el cine y sus dulces migajas, hoy ven como ese sueño agoniza entre invernaderos que sólo prometen realidad.

En cualquier caso concretada como excesiva caricatura, la función no consigue sin embargo evitar que descabalguemos en muchos de sus altibajos tanto humorísticos como argumentales. Y es que son muchos los riesgos tomados en los que pegar algún trompazo. Así, algo magullados, y aunque nos deja mejor sabor de boca en su conclusión, volvemos la vista atrás y no olvidamos que esta película, definitivamente indomable, nos ha tirado al suelo demasiadas veces.