Película Expediente X: Creer es la clave

Siendo aún una niña solía levantarme a hurtadillas de la cama para, en el más absoluto silencio del salón del hogar, conectar la tele y embelesarme viendo a Mulder y a Scully. Luego, como era de esperar, me costaba dormir. Esa era la razón por la que mis padres se negaban a que llenara mi cabeza con historias de extraterrestres, hombres mutantes y posesiones demoníacas. Como podréis imaginar, era (y sigo siendo) muy fan de Expediente X, sin embargo, el hecho de que Chris Carter haya aprovechado para sacar a la luz dos largos tan mediocres me parece que no sirve nada más que para desvirtuar el espíritu de una serie que marcaría a gran parte de una generación.

Tras ver por primera vez en la gran pantalla al interesante Mulder y a su fiel compañera Scully, la sensación de fracaso cinematográfico se apoderó de nosotros. En esta segunda entrega titulada Expediente X: Creer es la clave poco o nada ha mejorado, cosa que, por otra parte, era de esperar. Yo, al igual que muchos de vosotros, no tenía más pretensión que la de reencontrarme de nuevo con los dos agentes del FBI más antagónicos y complementarios a su vez. Pero tal reencuentro, he de decir, supuso un revés certero más que un entrañable abrazo.

Este capítulo peor logrado y más largo de lo normal comienza con la desaparición de varias mujeres en una pequeña población de Virginia. La policía, con la ayuda de un sacerdote visionario y con pinta de chiflado, descubrirá unos cadáveres ocultos en el hielo. El caso parece estar relacionado con unos macabros experimentos médicos llevados a cabo por los Rusos (¡Qué originalidad…!). Mulder, retirado y aún obsesionado con la misteriosa desaparición de su hermana, será llamado a filas de nuevo para aportar al caso un nuevo enfoque. Por su parte, Scully, ahora es médico en un hospital religioso llamado Our Lady of Sorrows (Nuestra señora de los dolores, vaya) y se ha implicado enormemente en el caso de un niño con una extraña enfermedad cerebral.

La trama, tan dispersa como artificial, avanza a trompicones sin mucho acierto. Como era de esperar, al final, todos los frentes que abre es director se vinculan (de forma casi fortuita) y llevan a resolución del caso. La sorprendente aparición in extremis del personaje de Skinner, me hizo pensar que quizá el osado Carter se hubiese visto tentado a incluir en el reparto también al hombre que fuma (si no ha muerto ya de cáncer).

Todo esto aderezado con un toque de moralina, transexualidad (sí, han oído bien), autoafirmación y pederastia es lo que conforma esta cinta. Esperemos que al colega Chris Carter no le hayan quedado ganas de embarcarse en una tercera parte («I want to believe…»), pero ya se sabe, no hay dos sin tres…