Película Los ojos de Julia

¿Para qué sirven los ejercicios de estilo? ¿Tienen validez considerados en sí mismos, o se les debe exigir la adhesión de algún componente que refuerce su posible robustez? Sirvan estas cuestiones para establecer un primer acercamiento a un film como Los ojos de Julia. Por supuesto lo ideal quizás sea lo segundo, pero existen ejemplos suficientemente válidos y célebres que vienen a demostrar que las imágenes pueden llegar a tener el poderío necesario como para hacer olvidar -en parte- el contenido de lo que reflejan. En ese sentido, es de necesaria mención un género cuyo esplendor tuvo lugar en la década de los años 70 con maestros de la talla de Mario Bava y Dario Argento a la cabeza, y que ahora Guillem Morales quiere, de alguna manera, recuperar: el giallo.

 

Tampoco hay que llevarse a engaño: Morales es capaz de crear una cierta atmósfera inquietante, malsana (ya lo lograba, en menor medida si cabe, en su ópera prima El habitante incierto), lo suficientemente explícita en determinados planos como para que su película pueda ser adherida a la corriente del famoso género de terror italiano, pero carece de la fuerza no ya narrativa, sino expresiva, carismática y concluyente con respecto a la de aquellos films. Bien es cierto que sería poco menos que un atrevimiento exigirle los mismos méritos, pero da rabia contemplar cómo su propuesta, que sin duda se inicia en esa línea, se va al garete por una serie de concesiones comerciales que, si bien contribuirán a su éxito en taquilla, lastrarán su meritoria artística.

Queda fuera de toda duda la solvente producción de la cinta (algo que no es de extrañar considerando su holgado presupuesto y reconocido apadrinamiento), que se refleja en unos decorados y dirección artística prácticamente impecables, pero poco personales y que ciertamente suenan a muy vistos; se acierta en la utilización de los recursos fotográficos, ya que vienen a establecer un interesante diálogo en imágenes entre la protagonista (que padece una enfermedad degenerativa relacionada con su vista) y el espectador, si bien se termina cayendo en el abuso; sin embargo, lo más negativo concierne a Julia, el personaje principal, que se utiliza única y exclusivamente como vehículo de lucimiento para Belén Rueda, efectivamente una mujer lo suficientemente atractiva como para protagonizarlo y llamar al público a las salas. No hay rastro de turbamiento en su personaje, por más grititos y gestos de dudosa enjundia que aquella se esfuerce en acometer.

Los ojos de Julia es, en definitiva, la película que todo el mundo irá a ver por su atractivo aparato publicitario, que contentará a aquellos (muchos) deseosos de que el cine español pueda asimilarse a los modos de producción y exhibición hollywoodienses, y la misma que volverá a poner de manifiesto la progresiva ceguera que solemos sufrir precisamente cuando nuestros ojos deben permanecer más abiertos que nunca. Como espectadores, somos un fiel reflejo de Julia, ya que corremos exactamente el mismo riesgo y nos enfrentamos a los mismos peligros a los que tiene que hacer frente ella, acaso igual de indefensos.