
Valoración de VaDeCine.es: 8
Título original: Buried Nacionalidad: España Año: 2010 Duración: 94 min. Dirección: Rodrigo Cortés Guión: Chris Sparling Fotografía: Eduard Grau Música: Víctor Reyes Intérpretes: Ryan Reynolds (Paul Conroy)
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Evaluemos la palabra “riesgo” confrontándola a “comercialidad”. ¿Es posible la unión de ambas, o suponen conceptos antitéticos? Posiblemente, y para sorpresa de algunos, no se trate de una disyuntiva del tipo blanco/negro, y puede que el siempre minusvalorado gris haga acto de presencia para clarear la nada desdeñable cuestión.
Sirva la anterior afirmación para establecer un primer acercamiento a una propuesta cinematográfica tan radical como Buried (segunda película de Rodrigo Cortés tras Concursante). Porque si algo sorprende en primera instancia de este film es su improbable punto de partida: un hombre despierta encerrado y amordazado en el interior de un atáud, enterrado vivo. ¿De verdad será capaz el joven realizador español de sostener la trama que gira en torno a sus vicisitudes en ese lugar durante los 94 minutos que dura aquél? La respuesta es SÍ, y en la notable manera que tiene de resolver el profundo dilema entre mantener firme su nada convencional mirada personal y lograr un producto finalmente entretenido y apto para el gran público, radica gran parte de la importancia de este trabajo. 
Partiendo de un libreto de Chris Sparling conciso, directo y efectivo, Cortés realiza todo un ejercicio de estilo que se pone a su perfecto servicio, limando las asperezas allí donde las hubiera y ensalzando las partes más relevantes con una maestría que diríase que se trata de un director veterano y bien reconocido. En una cinta de estas características, acreedora de una historia mínima (siempre en apariencia, ya que precisamente de su inusitada explotación derivará el interés), el sentido del ritmo es de vital importancia, y resulta muy meritorio alcanzar que éste no decaiga en ningún momento; más al contrario, que la tensión recreada en un espacio tan exiguo y agobiante como el del interior de la caja sea verdaderamente apremiante y, por supuesto, emocionante (e incluso divierta por momentos, ya que del propio horror y obligado patetismo de la situación se deriva un nada complaciente humor negro, premeditadamente hiriente).
No queda un solo recoveco del único decorado empleado que no sea filmado. La cámara se mueve en su interior cual serpiente al acecho del protagonista -y la comparación no es casual-, reptando por las tablas de madera de manera prácticamente imposible con el único objetivo de retratar cada estadio que vive el mismo; el miedo, la frustración, la desesperación, la rabia, la desesperanza... sensaciones que quedan definidas a la perfección, contagiándose inevitablemente el espectador del sufrimiento reflejado en pantalla. Hay un soberbio sentido de la planificación que se traslada en una rica variabilidad de distancias, que van del plano detalle que se obceca en el sudor y la sangre que emana de la carne del individuo a la prolongación más allá de los límites físicos del habitáculo, en un acompañamiento de lento travelling en retroceso que aísla al capturado en un agujero infinito -tanto como lo es su extrema soledad-. Una conseguida filmación que no sería posible sin el extraordinario trabajo de iluminación que hay detrás (en base a un mechero, unas luces artificiales y la pantalla de un teléfono móvil que encuentra el personaje), logrando extraer una incómoda pero necesaria y portentosamente suficiente fotografía; incluso cuando “no la hay” y la pantalla se funde a negro, Cortés aprovecha para inquietar con el sonido (y en general con su banda sonora, rellena de sugerentes temas instrumentales). 
Por último, es de recibo suscribir la interpretación que ejerce Ryan Reynolds. Él es lo que quiere el director en pantalla, y en un caso tan extremo como el que nos ocupa -pocas veces un único actor físico debe hacer frente a la cámara durante absolutamente toda la duración del minutaje-, el peso más llamativo de la narración visual recae de su lado, y lógicamente sin una eficiente caracterización por su parte, la película perdería muchos puntos. La humanización de su personaje y el grado de empatía que forzosamente debe establecer con el espectador están plenamente conseguidos.
Podrían decirse muchas cosas más de Enterrado, que mirasen hacia objetivos metafóricos e incluso metafísicos, y de hecho resulta evidente su visita poco amigable al terreno diplomático/militar, pero ante todo supone una visión nihilista del ser humano en relación al mundo que le rodea, absolutamente ajeno al sufrimiento particular, desentendido de la terrible historia de supervivencia de un hombre. Y ello desde los páramos de un buen thriller. ¿O era terror? ¿No será en realidad más que una desmedida comedia negra? Sinceramente, no lo sé; tan sólo sé que es una gran lección de cine.

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Ganas de verla aumentando!