Película Come, reza, ama

De manos de Ryan Murphy, creador de renombradas series tales como Glee o Nip/Tuck, llega Come, reza, ama, una cinta cuyas aspiraciones van más allá de lo que claramente debieran. Intentando enmascarar con espiritualidad y autoconocimiento un trasfondo completamente rosa, esta vuelta de tuerca a la comedia romántica sucumbe en manos del tedio y el desinterés más soporífero.

La novia de América, bautizada como Liz en la cinta, decide dejar atrás su confortable vida para emprender un viaje trascendental que desvanezca su dependencia emocional y, de paso, le proporcione la revelación mística de encontrarse a sí misma. De este modo, la ruta a seguir y la estructura de la cinta vienen dadas por la visita a tres países diferentes: Italia, India e Indonesia.

Comencemos por el primero de los destinos: Roma. Aquí Liz se entregará al placer de la comida italiana, dejando de contar calorías de una vez por todas. Con una visión estereotípica de la ciudad y de sus gentes, vemos a una Roberts estupenda disfrutando de la sana amistad. Lástima que la espiritualidad que, se supone, emana el film quede totalmente relegada a un segundo plano y Liz abrace el consumismo más materialista. Contradicciones inexplicables.
Liz

Segunda parada: La India. Liz encontrará un lugar propicio para alcanzar la paz interior que tanto ansía. Topando con un Richard Jenkins que trata de despertar nuestra empatía con una dura historia personal, Roberts aprenderá a meditar. Llegados a este punto el espectador comienza a preguntarse… ¿a mí qué me importa? La nula capacidad del film para emocionarnos y la falta de profundidad con que se trata al personaje principal y a los secundarios son los principales desaciertos de la cinta. Si a ello unimos que inexplicablemente el metraje se extiende hasta los 133 minutos, el irremediable deseo de huir lo más lejos posible de la sala no tardará en invadir al espectador.

Finalmente, Bali quedará reservado para el amor. Bardem se pasea por la trama sin pena ni gloria los últimos veinte minutos de cinta, mientras aparecen y desaparecen personajes por arte de magia. Ni la espiritualidad es creíble, ni la gastronomía se explota como debiera, ni el amor estremece. Ni siquiera podríamos decir que es divertida. Sus malogradas escenas cómicas irritan. Que un chamán que no domina el idioma espete “hasta luego cocodrilo” NO es gracioso. Que de ello surja uno de los principales gags cómicos de la cinta NO es aceptable.

Ang Lee allá por 1994 estrenaba Comer, beber, amar (Eat Drink Man Woman). En esta pequeña joya sí que se explotan las posibilidades gastronómicas y amorosas en un festival para los sentidos. La similitud en los títulos, de forma inconsciente, lleva a comparar y, en consecuencia, a denostar la poco acertada obra de Murphy. Esta vez el plato ha quedado soso y poco o nada apetecible. Como unos tristes spaguetti bañados en tomate frito de bote. Y fríos.