Película El Americano

Un frío y recóndito lugar de Suecia abre El Americano. Un paisaje tan nevado como la gélida existencia de Jack, un asesino a sueldo exiliado de su propia vida, receloso incluso de su sombra. Un hombre que, tras años de intrigas y encargos, no puede permitirse el lujo de descuidar su espalda ni el de abrir su pecho a alguien. Y si como decía aquél, “la soledad es un buen lugar para encontrarse, pero uno muy malo para quedarse”, entonces Jack conoce demasiado bien el infierno interior.

Tras toda una biografía de referencia, como fue la del angustiado Ian Curtis enControl, Anton Corbijn se inmiscuye en el thriller de puntillas, como quien no quiere hacer ruido; la revolución silenciosa se podría tildar. Así, con pretendida quietud, en el mismo glaciar en que fue esculpido su protagonista, El Americano busca su refugio en medio de un género actualmente hipertrofiado de acción y vértigo en sus planos. Habrá quien perciba que el ritmo del film se escarcha, pero el deshielo sucede paulatino en las callejuelas de las pequeñas aldeas de Italia, hacia donde pronto se traslada la acción.

Allí, lo único nevado serán las sienes de un George Clooney más callado que nunca. Siniestro. Igualmente atractivo. Como aquel Henry Fonda de Hasta que llegó su hora que aparece en el televisor de uno de los bares donde Jack toma café ‘luongo’, americano. Y no es casual que Corbijn muestre a Leone, pues éste es referencia de aquél en el film; por la calma que anticipa la tempestad, por la búsqueda del duelo contenido. Un enfrentamiento que, en esta ocasión, no será frontal, mirándose a los ojos. Aquí, la amenaza se sentirá en la retaguardia. Una nuca en peligro constante. Acechada por el disparo de un enemigo invisible que se oculta en las laberínticas escaleras de M.C. Escher de un pueblecito transalpino.

Basada en la novela ‘Un caballero muy reservado’ de Martin Booth, el libreto firmado por Rowan Joffé, hijo del cineasta Roland, no termina de coser pulcramente ciertas tramas secundarias, focalizado como está en la principal. Sin embargo, y a pesar de la admisible rémora, Corbijn restaura, con una tensión in crescendo y un pretendido aire retro, el arquetipo del atormentado pistolero contemporáneo, mucho más europeo que lo que el título de la cinta podría hacernos pensar. Más cercano al cine polar de Becker o Melville que a Greengrass, El Americano es un film demodé. Tal vez demasiado para el público de hoy en día.